La Razón (Cataluña)

El Sónar hace cantar a la IA

Holly Herndon y sus coros robóticos dominaron la jornada del viernes tarde con DJ Krush y el flamenco electrónic­o de Los voluble y Dellafuent­e

- Carlos Sala-

Cuando las máquinas dominen el mundo y sean las que dicten las nociones de gusto y belleza, un coro de voces procesadas por máquinas con Inteligenc­ia Artificial les parecerá un sonido sublime y angelical. Hasta entonces, suena a eco metálico que no añade demasiado a las voces humanas. Lo que presentó Holly Herndon ayer en el Sónar fue un hermoso entusiasmo, una maravilla tecnológic­a y un principio de algo, pero todavía lejos de dejar huella. La artista salió con seis voces femeninas y empezaron a cantar como si el SónarHall fuera el bosque encantado de Elfa y estuvieran invocando a las rusas, que son las musas de Rusia. A partir de aquí el timbre empezó a enriquecer­se con extraños efectos, como un autotune infinito construído para ingenieros de la NASA y no para chavales con la cara tatuada. El especde táculo resultante era fascinante, entretenid­o, pero parecía buscar una épica que todavía está lejos de encontrar. Repito, hasta que las máquinas formen el criterio del gusto y todos los seres humanos sólo seamos sombreros y encima horteras. ¿Terminator tenía inteligenc­ia artificial?, porque parecía algo estúpido y cuadricula­do. Si al menos le hubiesen programado para cantar. Eso sí, Herdon sigue siendo una artista de otro mundo que se atrevió incluso a procesar la voz del público. La Inteligenc­ia Artificial, a esa sí, la mejoró, así que lo que queda claro es que los robots serán un público asombroso en el Sónar de 2045. ¡Vivan los robos! Bueno, los robots, los robos son un asco siempre, claro.

La segunda jornada del Sónar volvió a reivindica­r la absoluta globalizac­ión de las músicas avanzadas. Mientras el español Cascales lo daba todo con su house atronador y r&b de procesado infinito, el noruego Fakethias retorcía y dark techno hasta convertir al público en narcos en la tormenta. Porque así se baila en el Sónar cuando no se mira el móvil, uno se balancea pasando todo el peso del cuerpo de un pie a otro, y los que saben más hasta mueven las manos. Cuando el noruego aceleraba hasta el infinito el ritmo era una maravilla y tiró hasta tres personas al suelo. Y un buen Dj no hace a la gente bailar, lo hace hasta tirarles al suelo. En ese momento, el americano Masego iba vestido con una camiseta del Real Madrid. Nadie se quejó, demostrand­o que la gente puede ir como le de la gana en el Sónar. Su funk a lo Stevie Wonder es cálido e inofensivo, ideal para bailar con niños pequeños. Al menos los niños que había se lo estaban pasando de fábula. Poco público tuvo el colombiano Haslopabli­to que con su trap criollo sonó a algo más allà de la tonta noticia de Tele 5 sobre músicas de moda. Al parecer, áspero es guai en Medellín, así que ¡aspero! Más serio y reivindica­tivo fue Káryyn. Esta Björk siria empezó su concierto paseándose a oscuras en la distancia. Sonaba a pena, a sufrimient­o, hasta que se subió a su mesa de mezclas y su hermosa voz pasó a ser vibrante, imperativa con unos agudos lacerantes que te partían el alma.

Más convencion­al sonó el italiano Lorenzo Senni que cuando se acercaba al pop parecía Phil Collins, pero que cuando se ponía épico sonaba a Genesis. Y casi siempre parecía estar en medio de «In The air tonight». Paralelame­nte, en otra vuelta al mundo, el japonés Dj Krush asombraba con su sesión de hip ho y drum n’bass abstracto y los franceses Lomepal cantaban «ay, ay,ay», mientras llenaban el escenario cegadoras luces. Mucho angst adolescent­e y mucho grito, que es lo que hay que hacer cuando uno siente rabia pero no sabe exactament­e por qué. Encantó al público, que adora la exhibición de rabia entre tanta máquina, sobre todo cuando los amigos de la formación llenaron el escenario. Sólo faltaba Griezmann.

A esas alturas, el Sónar parecía el de las grandes ocasiones, con gente en todas partes. De Uganda vino Hibotep, que podía ser de Kansas y tener un perro llamado Toto y nadie se extrañaría. Más hip hop, vamos, pero divertido, revitaliza­nte. Y aquí llegó Dellafuent­e y su música urbana aflamencad­a. Autotune para los quejíos y mucha poesía de la calle para el único artista que oyó corear sus canciones. El andaluz sedujo a base de lucecitas de feria y letras que el 54 por ciento del público podía entender e incluso identifica­rse. ¡Bravoooo oovoo!

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EFE El público bailó con las propuestas más imaginativ­as posibles
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EFE

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