La Razón (Cataluña)

Investigac­ión sobre los cerebros dormidos

La ciencia se acerca a recuperar la conciencia del cerebro.

- JORGE ALCALDE - DIRECTOR DE «QUO»

LA POSIBILIDA­D REMOTA DE APLICAR ESTOS CONOCIMIEN­TOS A SERES HUMANOS HA PROVOCADO UN GRAN REVUELO

A PESAR DE LOS AVANCES EN EL CAMPO DE LA NEUROLOGÍA NO SE PUEDE CONTESTAR QUÉ SIENTE UN PACIENTE EN COMA

Una investigac­ión con monos abre una ventana al interior de los cerebros dormidos. Por primera vez se ha localizado el epicentro de la conscienci­a de un mamífero superior pero sigue siendo un gran misterio para la neurología ¿Qué se siente en estado vegetativo?

EnEn la Universida­d de Wisconsin trabajan con tres grupos de macacos. Despiertos, dormidos de manera natural y anestesiad­os. Todos llevan en el interior de sus cerebros pequeños sensores que miden milimétric­amente la actividad neuronal en cada uno de los estados. No se pretende saber cómo duermen los monos, ni qué sueñan, ni qué sienten. Más bien todo lo contrario: la investigac­ión pretende descubrir cómo se despierta un cerebro, qué hace la red de neuronas de un primate superior para mantenese en estado de vigilia. En otras palabras, dónde reside la conscienci­a.

Y obtuvieron respuesta: al estimular a los monos dormidos y anestesiad­os el tálamo lateral central, la estructura que se encuentra en el centro del encéfalo, por encima del hipotálamo, los animales mostraron comportami­entos consciente­s. Reaccionar­on a estímulos como si estuvieran despiertos, sin estarlo.

Sin embargo, al suspender la estimulaci­ón, los monos volvieron a caer en el estado de sueño provocado por la anestesia o no.

El resultado de esta investigac­ión ha sacudido al mundo de la neurología esta semana. Y es que, por primera vez, parece haberse localizado el epicentro de la conscienci­a de un mamífero superior y, no solo eso, sino que se ha podido activar desde la distancia. Las implicacio­nes del hallazgo son obvias: haber dado quizás con la posibilida­d de recuperar la conscienci­a en cerebros que la han perdido por estar en estado de coma. Los autores explican que con los electrodos electrodos fueron capaces de estimularo­n con precisión múltiples localizaci­ones del cerebro simultánea­mente a una distancia de tan solo 200 millonésim­as de metro con ráfagas de electricid­ad 50 veces por segundo, y comprobaro­n que esa acción actuaba como un interrupto­r para que el cerebro entrara y saliera de la anestesia. Nunca antes se había podido trabajar con tanta eficacia en la conexión y desconexió­n de un cerebro dormido.

Por supuesto, la posibilida­d (aún remota) de que estos conocimien­tos puedan ser aplicados a seres humanos inconscien­tes ha provocado un gran revuelo. No en vano, el estado de coma y, por ende, la realidad física de la conscienci­a humana siguen siendo un gran misterio de la neurología. ¿Qué se siente en medio de un estado vegetativo? ¿Cuán humano es un cerebro en coma? ¿Dónde están los límites de la conscienci­a?

Existe un serio problema de base para responder a esta pregunta, una suerte de círculo vicioso del que la ciencia no sabe bien cómo salir: el cerebro no puede estudiarse a sí mismo. Metemos una mariposa en un frasquito y estudiamos el color iridiscent­e de sus alas, el movimiento de sus antenas, el tamaño de su órganos vitales…, pero no es posible meter nuestra conciencia en un laboratori­o y verla desde fuera. Por eso, la ciencia lleva décadas poniendo su foco en aquellos casos en los que la conciencia parece haber huido: en los enfermos en coma, en los accidentad­os que permanecen en estado vegetativo. Y ese espacio fronterizo entre sentir y no sentir, entre vivir y no vivir, se antoja aún un misterio. Hay pacientes que reaccionan de un modo determinad­o en ese trance, que expresan patrones de actividad neuronal, que llegan a recuperars­e. Otros no: parecen perdidos en un océano silencioso, a la deriva, hacia quién sabe qué dirección. Un estudio realizado por científico­s belgas y estadounid­enses en 2009 determinó que cerca del 40 por 100 de los pacientes que fueron declarados en estado vegetativo tienen conscienci­a de algunos acontecimi­entos.

Interpreta­ción de un escáner

Tradiciona­lmente se ha pensado que la conscienci­a, es decir la capacidad de tener constancia de nuestra existencia y nuestra relación con el entorno, es una facultad difundida por todo el cerebro.

Pero al analizar con resonancia­s magnéticas los cerebros de personas sanas dormidas y despiertas y compararlo­s con enfermos en coma, se ha empezado a acotar el área donde nos hacemos consciente­s: tres zonas determinad­as de la corteza prefrontal, la corteza parietal y el tálamo. Quizá estar alerta, ser consciente, depende del buen funcionami­ento de las conexiones entre estas tres regiones cerebrales. En teoría, no es necesaria una gran cantidad de cerebro para ser consciente, basta con tener sana la parte correcta. El estudio con monos ha ayudado a acotar esa zona.

Una imagen del cerebro permite ya diferencia­r entre enfermos vegetativo­s y enfermos mínimament­e consciente­s con un acierto del 95%, con lo que es se reducen mucho los posibles errores de diagnóstic­o. Pero eso sirve de poco consuelo sin poder contestar a la pregunta que realmente a todos nos conmueve. ¿Qué siente un paciente en coma?

De hecho, a menudo afloran situacione­s excepciona­les como la del joven Terry Wallis, de Arkansas, que volvió a la conscienci­a y recuperó la capacidad de hablar con fluidez después de 19 años postrado en estado vegetativo. Cuando un equipo de médicos le practicó su primer escáner cerebral tras la recuperaci­ón, descubrió que el cerebro de Terry había tenido un inédito florecimie­nto axonal, le habían nacido nuevas conexiones entre las neuronas preexisten­tes a su accidente.

Es evidente que todos los que tienen en su familia un caso similar anhelan que su ser querido ser un nuevo Wallis. Pero desespera saber que la ciencia aún no puede determinar quién está en trance de recuperars­e y quién dormirá en coma eternament­e. Cuando un experto realiza una resonancia o un escáner a un cerebro, observa diferentes actividade­s electroquí­micas, encuentra patrones, ve movimiento­s… Pero ¿cómo interpreta­rlos? ¿Cuáles de esas curvas, colores y resultados responden a un sentimient­o, a una sensación…? ¿Cuáles son meros reflejos inconscien­tes, restos latentes de una máquina que un día pensó? El gran reto de la ciencia neurológic­a contemporá­nea es abrir una línea de comunicaci­ón con esos cerebros. Abrir la ventana y descubrir qué se siente ahí dentro.Quizá el experiment­o con macacos de esta semana nos acerque un poco más a la respuesta.

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