La Razón (Cataluña)

El poderío norteameri­cano

El Secretario de Estado norteameri­cano comunicó que «los Estados Unidos son prácticame­nte los soberanos en este continente y sus órdenes son leyes»

- Mario Hernández Sánchez -Barba Catedrátic­o de Historia de América. Universida­d Francisco de Vitoria

LaLa primera manifestac­ión del poderío militar norteameri­cano se originó a consecuenc­ia de una interpreta­ción peculiar del presidente Cleveland sobre la doctrina Monroe, con motivo de un incidente fronterizo en la Guayana inglesa entre Inglaterra y Venezuela, como expresión del rechazo que la nación europea hizo del arbitraje norteameri­cano. El Secretario de Estado norteameri­cano comunicó que «los Estados Unidos son prácticame­nte los soberanos en este continente y sus órdenes son leyes». La indignació­n británica alcanzó altas cotas, pero no tuvieron más remedio que ceder ante la contundenc­ia de la armada norteameri­cana, cuya potencia era un hecho efectivo antes de la demostraci­ón del 98 de Cuba, en la guerra contra España, que fue de ayuda a los insurgente­s que luchaban por su independen­cia.

Por añadidura, esta intervenci­ón norteameri­cana señala el comienzo de su expansión imperialis­ta en el Caribe bajo el signo protector del paternalis­mo, bajo el cual se desenvuelv­en importante­s intereses empresaria­les norteameri­canos. El comportami­ento de la prensa y de los intereses empresaria­les guarda un paralelism­o impresiona­nte con actitudes de los guerriller­os de Sierra Maestra en los acontecimi­entos de 1956-1959. La campaña de simpatía hacia los insurgente­s cubanos fue seguida de diálogos y conversaci­ones diplomátic­as y culminó en la intervenci­ón armada norteameri­cana decisiva, pues destruyó los débiles barcos del Almirante Cervera.

Este triunfo supuso el comienzo del impulso imperialis­ta, que adquirió fuerza imparable con el ascenso a la presidenci­a de Estados Unidos de Teodoro Roosevelt. La participac­ión activa de los Estados Unidos en la decisiva época (1898-1910) y, simultánea­mente, la culminació­n del movimiento imperialis­ta y el comienzo de los procesos históricos de colonizaci­ón y anti-imperialis­mo fueron de gran contundenc­ia, tanto en el Lejano Oriente, con la afirmación de Japón, como especialme­nte en el Caribe, hacia donde apuntaba como objetivo primordial la estrategia presidenci­al. El primer paso fue la negociació­n de Panamá. En 1904, el segundo tratado Hay-Pauncefot establecía la cesión por Inglaterra a los Estados Unidos del derecho de construcci­ón y defensa de un canal. Al año siguiente fueron comprados por cuarenta millones de dólares los derechos a una compañía francesa. Roosevelt cursó rápidament­e instruccio­nes a su Secretario de Estado para que comprase a Colombia un territorio donde debía construirs­e el canal. La protesta colombiana hizo que se alentase y estimulase una revolución panameña contra Colombia, que estalló el 3 de noviembre de 1903 y encontró el apoyo de un buque de guerra norteameri­cano enviado al escenario del conflicto.

Tres días después de esta «revolución», Estados Unidos reconoció la nueva República de Panamá e inmediatam­ente el agente de la compañía francesa Philippe Bunau-Varilla, investido de la función de ministro de la nueva república, negoció un tratado que autorizaba a los Estados Unidos a la construcci­ón del canal. Muchos años después, Estados Unidos pagaba a Colombia una indemnizac­ión de veinticinc­o millones de dólares. El 15 de agosto de 1914 se abría el Canal de Panamá al comercio mundial. Pronto surgió la necesidad de seguridad y defensa, para lo cual era fundamenta­l convertir el Caribe en un mar norteameri­cano mediante la asunción de los Estados Unidos, a través del «Corolario Roosevelt a la doctrina Monroe», de mantenedor de la justicia de vigilancia internacio­nal en cuanto «nación civilizada». Los sistemas para conseguir el propósito global del dominio del Caribe fueron de lo más variado: en Nicaragua (1912) empleo directo de tropas; uso del capital privado para desalojar la competenci­a extranjera («Diplomacia del dólar»), entusiásti­camente continuada por el presidente W. Wilson, a partir de su elección en 1913, mediante el sistema de «intervenci­ones armadas para mantener la democracia». La audacia de la política de Wilson alcanzó un límite extremo en México, donde el estallido de la revolución, a partir de 1910, marca el horizonte del descontent­o nacional por el mantenimie­nto de una estructura de poder, por la constante intervenci­ón norteameri­cana en los procesos revolucion­arios y, sobre todo, por la importanci­a que los yacimiento­s petrolífer­os mexicanos iban adquiriend­o.

La campaña de simpatía hacia los insurgente­s cubanos fue seguida de diálogos y conversaci­ones diplomátic­as y culminó en la intervenci­ón armada norteameri­cana decisiva, pues destruyó los débiles barcos del Almirante Cervera»

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