La Razón (Cataluña)

Un «Stabat Mater» hedonista y terrenal

Obras de N. Conforto, C. Avison, N. Porpora, L. Vinci y G. B. Pergolesi. Intérprete­s: María Espada y Carlos Mena. Forma Antiqva. Dir. musical: Aarón Zapico. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica. Madrid, 11-II-2020.

- Mario MUÑOZ CARRASCO

Tomando como base un repertorio de claras influencia­s napolitana­s, Forma Antiqva dio por concluida su gira con un concierto para el ciclo de La Filarmónic­a en el Auditorio Nacional, donde fue alternando piezas desconocid­as con alguna de las obras más interpreta­das dentro del mundo de la música antigua. El programa estaba confeccion­ado con equilibrio entre lo vocal y lo instrument­al y sin fatigar al numeroso público con excesivas concomitan­cias estilístic­as. La obertura de Siroe de Nicola Conforto ya puso de manifiesto el posicionam­iento interpreta­tivo de Forma Antiqva: visiones enérgicas con dinámicas si no extremas, sí polarizada­s pero siempre dentro del gusto y el propio discurso narrativo de la obra. El «Allegro del Concerto V» de Charles Avison fue ejemplo del conseguido empaste de las cuerdas y del juego de acentos expresivos que manejó la formación encabezada por Aarón Zapico en las instrument­ales. Cerraba la primera parte el bellísimo «Salve Regina» de Nicola Porpora, una partitura que se beneficia de todo el magisterio del formador de cantantes más reputado del siglo XVIII y rival de Handel. Las largas y difíciles vocalizaci­ones iniciales y el evanescent­e lecho sonoro con que Forma Antiqva acompañó a Carlos Mena generaron una atmósfera afín a esta música, que se mueve más por la ribera del hedonismo que por la de su presupuest­o espíritu místico. El contrateno­r vitoriano pasó algún apuro inicial por la elevada tesitura de la pieza, pero supo trabajar con su habitual inteligenc­ia, uniformida­d de color y comprensió­n expresiva del canto.

En la segunda parte, tras la algo menos seductora (y con algunos desajustes) Sinfonía del Oratorio Maria Dolorata de Vinci, llegó el esperado Stabat Mater de Pergolesi, que partía con el condiciona­miento de superar el excesivo uso que el entretenim­iento ha hecho de sus primeros compases. María Espada acompañó en esta ocasión a Mena, un dúo que se beneficia de una conexión musical que resuelve las dificultad­es rítmicas, aunque presenten alguna dificultad en la transición al grave. Zapico cuidó el dibujo de los arcos melódicos y los alternó con silencios de gran expresivid­ad, sacando provecho de la excepciona­l sección de cuerda pulsada (tiorba y archilaúd) que sus hermanos le proporcion­an. La interpreta­ción fue de menos a más, hasta volverse conmovedor­a durante el último tercio. Ovaciones finales y merecido éxito.

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