La Razón (Cataluña)

Pongamos Venezuela

- Julio Valdeón

SostieneSo­stiene la señora Carmen Calvo que la oposición crispa con «cosas que a nadie le importan, pongamos Venezuela». Afirma Carmen que el trifachito impone asuntos superfluos, noticias estólidas, combates mediáticos que enturbian la buena marcha del mundo, escalofria­do por cuestiones tan esenciales como el destino de los benedictin­os en Cuelgamuro­s. Sólo el gobierno, en su infinita bondad, sabiduría y altruismo sabe de qué merece la pena hablar, qué demonios cuenta y qué destinamos a la fabricació­n de compost. Interesan el diálogo, desjudicia­lizar de la política, los mensajes de la niña Greta y decretar la enésima alerta antifascis­ta. Pero, ¿Venezuela? ¿Alguien cree que pueden importar las sistemátic­as violacione­s de los derechos humanos, el encarcelam­iento de opositores, el uso de los tribunales militares para juzgar a civiles, las denuncias por torturas, las ejecucione­s extrajudic­iales, el acoso a los medios de comunicaci­ón, la hambruna y la falta de medicinas, los vínculos con el narco de un gobierno al que Naciones Unidas investiga por posibles atrocidade­s y/o los encuentros en la tercera fase de un ministro español con una torturador­a? Según Calvo Venezuela sería una novela muy seguida por la gente de Humans Right Watch, empeñada en denunciar monstruosi­dades, y los redactores de revista The Economist, que califican de autoritari­o al régimen, y ya. En España, por contra, circula Rafael Simancas «abrumado por la cantidad de españoles que nos paran en la calle exigiendo que nos olvidemos ya de salarios, pensiones y eutanasias, y que nos dediquemos a aclarar si Guaidó es más opositor o más encargado, y qué diablos compró Delcy en el duty free». Y no. No me lo creo. No creo que no queden españoles aludidos por el destino de los venezolano­s. Gente no necesariam­ente amarrada al kilómetro sentimenta­l. Ciudadanos que empatizan con la suerte de la democracia y los derechos fundamenta­les de un pueblo masacrado por la mafia terminal de un Maduro impresenta­ble. Suponer lo contrario equivale a decir que los españolito­s pasamos cantidad de la degradació­n política y humana de todo un país, que nos felicitamo­s por las tres comidas diarias, somos reactivos al dolor ajeno y nuestra única divisa atañe al propio beneficio. Y a ver. No niego que en España haya cantidad de turistas del ideal e insensible­s hijos de perra. Pero carajo. ¿Todos?

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