Muere la pintora María Moreno a los 87 años
La pintora, de 87 años, falleció ayer en Madrid. Ha sido uno de los grandes exponentes del realismo en España
Estudió Bellas Artes en Madrid, donde conoció a su marido Antonio López.
AntonioAntonio López siempre estuvo a su lado, cerquísima, mano con mano. Atento a cada demanda. La llamaba «Mari» con un cariño que en un hombre como él, recio y parte de la tierra, sonaba aún más delicado. La vida de María Moreno, María Pilar, según leemos en el carnet de copista que le expidieron a mediados de los años cincuenta en el Museo del Prado, se extinguió ayer. Tenía 87 años y vivía en una nebulosa ya. Había nacido en 1933 en Madrid y la pilló la guerra, como a los que después, andando los años, serían sus compañeros de vida y de carrera.
Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y después en la Academia de Bellas Artes y allí entabló relación con otros compañeros que se convertirían en su círculo, su clan. Fueron los realistas, artistas que en momentos de eclosión de la abstracción y del arte conceptual tuvieron que luchar aun un poco más para abrirse camino porque lo que ellos pintaban sobre la tela no estaba de moda. Antonio López, Antoñito, siempre, los hermanos López Hernández, Julio y Paco, Isabel Quintanilla, Esperanza Parada, Lucio Muñoz y Amalia Avia, a los que también se unirían Joaquín Ramo y Enrique Gran. Ése era el cogollo, hoy reducido a Paco López Hernández y a Antonio, despoués de tantas marchas.
Amalia Avia recordaba en «De puertas adentro» (Taurus), sus memorias, lo que fue aquel grupo: «Es curioso cómo con el tiempo tiempo nos fuimos emparejando; hubo primero coqueteos y tanteos entre todos, ebullición continua, chico, chica, pintor, pintora, deambulando como piezas de algún juego hasta que cada una encontró su casillero o su pareja», escribía.
Mari y Antonio tuvieron dos hijas, María y Carmen, a las que su madre «amansaba» para que se estuvieran quietas mientras posaban con discos de música clásica. Vivieron en su casita baja con un jardín pequeño. Pintaron al aire libre, ella con esa dulzura que la hacía parecer a veces aleve. Fue la productora ejecutiva de «El sol del membrillo» (1992), la película que Víctor Erice le dedicó a López. Críó a sus hijas y siguió pintando. Dio clases para llevar algún dinero más a casa en un tiempo en el que la economía no era demasiado boyante.
Quizá María Moreno es y ha sido una gran desconocida, opacada, con consentimiento, por la proyección inmensa de su marido, por el hacer de sus compañeros de generación. Sin embargo, su nombre es imprescindible en el panorama realista español.
El don de pintar
«Vi cómo pintaba cuando nos fuimos después de casarnos a Gauardamar de Segura, en Alicante, y ahí me enamoró como pintor. Tenía una gracia para pintar maravillosa. No me podía imaginar que tuviera ese don tan extraordinario para pintar», decía su marido en un documental sobre ella. Se casaron en 1961 y su primera individual la celebró en la galería Edurne de Madrid en 1966 en la que predominaban los interiores recogidos. Después llegaría una muestra en Juana Mordó.
La influencia del tío de su marido, López Torres, fue clave y decisiva para transformar los tonos de su paleta y aclararlos. Con él pasaron jornadas en el campo, empapándose de tierra. Después llegaría una muestra en Alemania, la primera fuera de España y los noventa como los años de su consolidación, con exposiciones colectivas que la reconocían como una pieza importante del equipo realista.Claude Bernard, el galerista que atendió su última individual en París en 1990, decía que «ella no quería exponer. Era muy púdica y no deseaba mostrar su obra. Creo que era timidez frente a la obra de Antonio, quien tuvo que convencerla para que colgara sus cuadros» y añade: «Su obra tiene una factura española, Velázquez está detrás».