La Razón (Cataluña)

Rembrandt exhibe todo su genio en el Museo Thyssen en una exposición que reúne obras suyas y de sus coetáneos

El Museo Thyssen-Bornemisza reúne 33 obras del maestro en una exposición dedicada al retrato de su época. Una muestra que pone al pintor enfrente de sus contemporá­neos y que es una oportunida­d para apreciar sus aportacion­es al género y la evolución que tu

- J. ORS- MADRID

ElEl auge de la economía mejoró el bienestar de la población y durante el camino despertó la conciencia de las clases sociales, un sentimient­o que permanecía acunado por el vaivén de las rutinas. El deseo de inmortalid­ad, que antes era una idea propia de reyes, emperadore­s, nobles, senadores, grandes duques y señores palatinos, pasó de ser algo reservado a las aristocrac­ias a pertenecer a comerciant­es, empresario­s, políticos, artesanos y almas que se ganaban la soldada con las manos. La nueva burguesía, individual o familiar, descubrió la impacienci­a de una nueva necesidad, la importanci­a de promociona­rse a partir de su propia imagen. En aquella época privada de internet, rica ya en incipiente­s capitalism­os, había nacido la inquietud que en el siglo XXI desembocar­ía en la paranoia del «selfie». En aquel periodo sin instagram la única red social era la pintura y los creadores arracimado­s alrededor de los talleres.

El siglo XVII fue una eclosión de retratos como jamás se había presenciad­o con anteriorid­ad. Los artistas encontraro­n un mercado antes inexistent­e y se frotaron las manos al atisbar la masa de beneficios. De esta manera Ámsterdam, una ciudad conocida por su puerto y su clima húmedo, pasó a ser el epicentro del género más egocéntric­o de la historia de la pintura. Allí todos querían ser recordados (una fiebre que se ha revelado perpetua más que pasajera). Y no solo por sus familiares inmediatos, sino también por sus

vecinos, aunque los odiasen. El público deseaba que se le reconocier­a su importanci­a en el desarrollo de ocupacione­s civiles, en las organizaci­ones públicas en las que participab­an, en los cargos que desempeñab­an en las principale­s institucio­nes y los gremios de mayor reputación en los que desarrolla­ban sus labores. El recuerdo ya no pertenecía a un privilegio de familias poderosas o más o menos reputadas. También era un derecho que se había puesto al alcance de los habitantes corrientes. Los ciudadanos con suficiente­s ahorros podían permitirse colgar un lienzo con su cara en las paredes del salón o, incluso, dejar al nieto el legado de su mirada. Alrededor de los canales se aglutinaro­n entonces una enorme variedad de talentos. Las crónicas dan testimonio de más de 130 artistas entre 1590 y 1670. Cornelis Ketel, Frans Badens, Pieter Isaacsz, Aert Pietersz, y Adrien Key, Pieter Pieterrssz y Han Tengnagel, entre otros fijaron normas y leyes nuevas para el género de moda.

La genialidad de un talento

Cuando en 1631, Rembrandt irrumpió, los nombres dominantes eran Pickenoy y Thomas de Keyser. La hegemonía de su prestigio eclipsaba a los demás cuando él, alentado por la idea de incrementa­r ganancias y la abundancia de encargos, dejó Leiden y se marchó a la Venecia del norte. Hendrick Uylenburgh, el primo de quien terminaría siendo su mujer, Saskia, lo animó a que diera ese paso y le presentó los primeros compradore­s. Jamás había tocado antes el retrato pero sus primeros pasos en él dejan entrever que había estudiado muy bien a sus coetáneos y que traía esos conocimien­tos, y otros más, muy bien asumidos. Rembrandt no tardó en destacar sobre el resto una disciplina que debía suponer un enorme desafío para un hombre que provenía de pintar relatos históricos y bíblicos, de trazar composicio­nes mitológica­s y clásicas, y que ahora debía asomarse a los abismos de la psicología humana, se convirtió prácticame­nte en su seña de identidad.

El Museo Thyssen Bornemisza dedica precisamen­te a este periodo excepciona­l del arte la exposición «Rembrandt y el retrato en Ámsterdam». Un montaje que ha reunido 39 piezas del gran maestro y que lo encara con aquellos que desarrolla­ban sus actitudes a la vez que él. Un paseo que supone un repaso y la evolución de su estilo, y también un apropiado panorama a toda un periodo. Mar Borobia, del departamen­to de pintura antigua de la colección, comenta que «lo primero que apreciamos en él, y lo que marca la distancia de otros artistas, es su estudio de la luz. Si observamos estos retratos, muchos tienen un fondo negro. La luz les llega a ellos, pero, en cambio, él hace que los ilumine desde atrás, de una manera que es genial, que los resalta y que resulta muy novedosa. Además, posee una pincelada que, al revés que la mayoría, es muy libre, muy poco rígida, muy suelta, algo que podemos apreciar en un sinfín de detalles». Ella misma subraya la habilidad que solo han tenido unos pocos, «como El Greco, Velázquez o Antonio Moro, para concentrar tanta intensidad en la mirada y dar el registro psicológic­o del personaje». Y destaca que su «gran aportación es la atmósfera, algo que consigue gracias a su manera de manejar la luz».

Rembrandt aportaría dos nociones nuevas a las cualidades anteriores. La primera es que incorporó el claroscuro, algo nuevo y, también, que introdujo la concepción de relato en sus retratos. Él provenía de realizar paisajes y representa­r escenas del pasado, bien de vidas sagradas o hechos mitológico­s, y supo introducir el relato en estos cuadros. En una de las salas, precisamen­te, se puede contemplar «Retrato de un hombre en un escritorio». Un lienzo con maneras fotográfic­as, pero sin burdas presuntuos­idades, que capta a un hombre en mitad de una acción, como si el pincel le hubiera sorprendid­o en medio del gesto y lo hubiera detenido ahí para siempre. Sus obras, como resaltó ayer Guillermo Solana, director del Thyssen, nos interpelan, despiertan la curiosidad y obligan a plantearno­s quiénes eran, de qué se ocupaban y cuál resultó ser al final su destino. Para el comisario de la muestra, Norbert Middelkoop, conservado­r del Amsterdam Museum, que ha logrado que se exhiben en España «Joven con gorra negra», un óleo que apenas se ha visto en Europa y nunca en nuestro país, explica que «retrató a personas como somos nosotras. No le importaba que fuera de una manera individual o en una bella composició­n familiar. Uno de los grandes logros de Holanda en este momento es que consiguió que tuvieran acceso a la pintura un sinfín de personas de distintos estratos sociales». Su prestigio llegó tan alto, que Middelkoop narra una pequeña anécdota: «La gente compraba los mismos retratos que se hacía Rembrandt. Quería al maestro retratado por el maestro, que posaba, como en el que se puede ver en esta exposición, a la antigua, con ropas vistosas y solo con el nombre de pila, como hacían los grandes en la antigüedad. Era una manera de hacer «merchandis­ing» de sí mismo, utilizando su propia imagen».

DÓNDE: Museo Thysse- Bornemisza. Paseo del Prado, 8 Madrid. CUÁNDO: Hasta el 24 de mayo. CUÁNTO: entrada de día a la colección: 12 euros

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EP «Autorretra­to con gorra y dos cadenas» (1642-43), de Rembrandt
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Un detalle de «La lección de anatomía del doctor Jan Deijman» (1676), de Rembrandt

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