La Razón (Cataluña)

La hora de los laicos

- Antonio Cañizares Llovera Cardenal y Arzobispo de Valencia

ElEl domingo pasado se clausuró en Madrid el Congreso Nacional de apostolado seglar, «Pueblo de Dios en salida», que comenzó el viernes anterior, aunque se venía trabajando ya en todas las diócesis españoles más de un año antes. Ha sido un acontecimi­ento muy importante, llamado a ser un momento que marca un antes y un después en la Iglesia española. Se hablaba en el recinto del Pabellón de Cristal de la Casa de Campo madrileña de un nuevo Pentecosté­s, porque así ha resultado ser: un nuevo Pentecosté­s, que nos hace «salir» al pueblo de Dios donde están los hombres a anunciar el Evangelio, a Jesucristo y dar testimonio de Él, a ser misioneros en medio del mundo y ante todas las gentes, a hacer discípulos de Jesucristo de todas las gentes. Allí, por el ambiente de fe y de alegría que se respiraba, por el gozo que se sentía en el encuentro, por el espíritu de fraternida­d, por el aliento y la esperanza que se palpaba, por el sentido y ambiente eclesial, nada clerical, que allí se apreciaba, particular­mente, en la Eucaristía que suscita y hace la Iglesia y al finalizarl­a, podríamos afirmar sin ninguna duda que estaba actuando el Espíritu Santo, porque todo ello estaba siendo y manifestan­do signos de ese Espíritu Santo que suscita la fe, el amor, la alegría, la comunión y la unidad de la Iglesia que es comunión.

Una asamblea eclesial de más de 2.000 laicos invitados, abierta al mundo, no encerrada en sus propios muros, dispuesta a salir donde están los hombres, y compartir con todos, y libre para proclamarl­es sin trabas que Jesús es el Señor de todos y para todos hasta el punto de dar la vida por todos, que quiere a todos sin medida, con amor preferenci­al a los últimos, a los pobres, a los pecadores, a los débiles, sin exclusión de nadie. Fieles cristianos laicos, representa­ndo a tantos y tantos laicos –muchos miles–, que escuchaban, escuchan y han escuchado la llamada de Dios, procedente­s de asociacion­es, movimiento­s y parroquias, de los diversos pueblos de España, de ciudades grandes y pequeñas, dispuestos dispuestos a acoger lo que Dios quiere y a compartir con los hombres, sus hermanos, los gozos y esperanzas, los dolores y tristezas, las búsquedas y lo anhelos comunes a todos que en Dios hallan su eco más propio; y lo que Dios quiere es que todos los hombres se sal ven y lleguen al conocimien­to de la Verdad, y que su amor sin límite llegue y alcance a todos. Y este es el verdadero conocimien­to: que conozcan la verdad de Dios, de la que es inseparabl­e la verdad del hombre, y la grandeza de su vocación, y alcancen la vida eterna. Ahí está la vida eterna nos dice el mismo Jesús: «que conozcan a Dios Padre y a su enviado, su Hijo, Jesucristo».

Cuando en Pentecosté­s fue enviado el Espíritu Santo sobre los Apóstoles, la Iglesia naciente, no se quedaron cerrados, parados, sino que salieron a donde están los hombres y les anunciaron esta Buena Noticia y este conocimien­to donde está la vida, vida eterna. Los apóstoles, la Iglesia, no se queda quieta y, en unidad como pueblo de Dios unido, sale para evangeliza­r, para llevar a cabo la obra de evangeliza­ción que su Señor les había encomendad­o al subir a los cielos. Esto es lo que se percibía el domingo en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo madrileña: miles de laicos, representa­ntes de los otros fieles laicos que quedaron en sus diócesis respectiva­s, dispuestos a no quedarse con los brazos cruzados, paralizado­s, con miedo a no sé quién, dispuestos a salir de los espacios tranquilos de los templos para llegar a donde se encuentran los hombres, trabajando, buscando, sufriendo y gozando ofreciéndo­les ayuda, acompañami­ento y amor a cuantos los necesiten; hombres y mujeres, jóvenes y mayores, casados y solteros, diciendo con valentía y decisión lo mismo que San Pedro, a la puerta del templo de Jerusalén y ante un pobre paralítico que pedía limosna, como tantos hoy a las puertas de nuestras iglesias, le dijo: «No tengo oro ni plata pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno ¡levántate y anda!». Esto es sin duda lo que verdaderam­ente tienen aquellos laicos o seglares del domingo: ¡Jesucristo! y en su nombre están diciendo a nuestra humanidad contemporá­nea empobrecid­a y que parece que tenga parálisis para levantarse y caminar hacia un futuro nuevo: «¡Levántate y anda!, carnina hacia ese futuro grande que nos aguarda y que Dios nos ha preparado!». Muchos de nuestros contemporá­neos no conocen la meta, meta que compartirn­os todos los hombres, aunque ignoren muchos el camino pero ese camino sí lo conocen los hombres de fe: el Camino es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, dirá el mismo Jesús. Este camino no podernos ocultarlo ni quedar sólo para los que creernos; pertenece a todos y es para todos, no nos pertenece ni de él somos dueños acaparador­es ni podernos engañar. Mostrar ese camino es «salir» de nuestros refugios y abrigos seguros, enviados a evangeliza­r, a mostrar el Camino de la Verdad que conduce a la Vida: el Evangelio de Jesucristo.

Desde todas las partes, hoy se escucha un poderoso llamamient­o, un clamor a la evangeliza­ción. En manos de los fieles cristianos laicos, está muy principalm­ente la obra de la nueva evangeliza­ción. Por su vocación específica, que los coloca en el corazón del mundo y al frente de las más diversas tareas temporales, son particular­mente llamados a llevar a cabo la renovación de nuestro mundo, de la humanidad: que en eso consiste evangeliza­r. Por eso es la hora de los laicos, la hora de la esperanza que no defrauda, la hora de Dios, –Dios es la esperanza–, esperanza de vida, y de eternidad, de salvación, esperanza en el Amor. Esto aprendimos y gozamos el fin de semana pasado.

Desde todas las partes, hoy se escucha un poderoso llamamient­o, un clamor a la evangeliza­ción. En manos de los fieles cristianos laicos, está muy principalm­ente la obra de la nueva evangeliza­ción»

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