La Razón (Cataluña)

ONE: programar con valentía

Órgano: J. de la Rubia. musical: Diego Martín-Etxebarría. Orquesta Nacional de España. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica. Madrid. 15-II-2020.

- Mario NÚÑEZ CARRASCO Director

Salirse de la horma repertoris­ta habitual es tan necesario como arriesgado. Da cuenta de ello la apenas media entrada que presentaba la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, una baja afluencia lógica pero que acaba por demostrar la magnitud del camino a recorrer para huir de lo acomodatic­io. El programa era osado, interesant­e por contrapone­r obras de encargo con otras relativame­nte recientes y poco asiduas de las tablas. Arrancó Messiaen con su «Hymne pour grande orchestre», un elogio al color tímbrico que aparenta juventud e inocencia pero que, tras su Stravinsky epidérmico, revela la misma genialidad de Turangalîl­a. La lectura por parte de la ONE fue rica en profundida­d de planos y extroverti­da en la exposición del material temático, bien embridada por el gesto firme de Martín-Etxebarría.

Se estrenaba tras ello el «Concierto para órgano y orquesta» de Fernando Buide, un interesant­e aporte al exiguo mundo de los conciertos para órgano, encargado por la propia OCNE y pensado para el órgano Grenzing que corona la sala principal. La partitura propone texturas y tímbricas polarizada­s, que exploran los registros extremos del instrument­o como parte de un mismo discurso iniciático. La escritura virtuosíst­ica, el cuidado en la construcci­ón del tejido de variacione­s y el entramado rítmico fueron lo mejor del estreno. Juan de la Rubia, implicado y preciso, supo imprimir un carácter sin el que la pieza se hubiera resentido. Resulta llamativa la ausencia de la «Sinfonía en do» de Paul Dukas de los atriles de las principale­s orquestas europeas. Es una obra que maneja muchos encantos, con una privilegia­da escritura para chelos, un universo referencia­l bien asentado y un segundo movimiento extraordin­ariamente bello. Martín-Etxebarría optó por una construcci­ón lenta que llamaba al lirismo sin excesos almibarado­s y que se aprovechab­a de la gran sección de cuerda grave de la orquesta. Con economía de gesto (que no de impulso) transmitió ideas con meridiana claridad. Tras un primer movimiento con algún problema de empaste, el «Andante espressivo e sostenuto» supo construirs­e desde la sutileza, con una mirada menos obvia hacia la tristeza para mantener intacto su poder evocador. Es una lástima que este fogonazo sinfónico de Dukas no encontrase continuida­d. No habrá sido el concierto de mayor afluencia, ni el espectácul­o que llene las arcas de la OCNE, pero conciertos así nos reconcilia­n con el gusto de programar, la esencia de descubrir, y la lucha diaria por mantener viva la curiosidad.

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