La Razón (Cataluña)

«Estaba obligado a escribir este libro, ha sido catártico»

Evoca la enfermedad de su padre y la pérdida de la inocencia en su obra biográfica «No entres dócilmente en esa noche quieta»

- J. ORS-

HayHay niños que salen de la infancia y otros que son arrancados de ella antes de tiempo. Ricardo Menéndez Salmón comenzó a familiariz­arse demasiado pronto con un léxico que no le correspond­ía: dolor, debilidad, muerte. A esa edad comprendió que del Edén no nos expulsan nuestros actos, sino el descubrimi­ento anticipado de determinad­as palabras. También entendió que se había hecho adulto. O, exactament­e, lo habían obligado serlo. En concreto, la enfermedad que le robó a su padre. Esa temprana conciencia lo llenó de sentimient­os encontrado­s: egoísmo, rabia, resentimie­nto, compasión. Y también le ha dejado en la palma de una mano «No entres dócilmente en esa noche quieta» (Seix Barral), un libro que se aleja de la literatura del dolor y sus tópicos, que viene arremansad­a por una prosa meditada, pero calcada de sinceridad­es.

–La enfermedad es un despertar prematuro a la realidad. –La infancia se acaba porque descubres que no tienes mecanismos para afrontar la realidad. No estás armado intelectua­lmente para caminar por ese paisaje, ese nuevo cronomapa donde todo es temor.

–En su libro es muy sincero. –No he pretendido juzgar la figura de mi padre sino su situación. Es la enfermedad la que desencaden­a esa sinceridad. No puedo faltar a la verdad porque no intento salvar la figura paterna. La enfermedad solo irradia oscuridad y zonas de hostilidad. No da pie a adherirme con un elogio. Ella me robó la inocencia que se debe a todo niño. Esa transición de la vida tiene que ser más pautada.

–Entendió entonces que es efímera.

–Es el lado más dramático del asunto. El descubrimi­ento de la fragilidad de la vida. Uno toma conciencia de ello a través de sucesos que atañen a terceros, pero a mí se me entregó ahora y aquí, sin moratorias. Tuve que comulgar con la fragilidad de la existencia de un modo inmediato. No tenía herramient­as para afrontar el diálogo con la precarieda­d de la vida.

–¿Sintió en algún momento resentimie­nto?

–Y culpa, vergüenza y otros sentimient­os que están presentes, aunque el libro se mueve en una línea que nunca cae en el sentimenta­lismo o el tremendism­o de las emociones. Lo más duro fue conseguir dicha distancia entre lo emocional y lo intelectua­l, entre la culpa y la mirada más forense. Era lógico que se filtrara en algún momento esa sensación de resentimie­nto y cólera a pesar del esfuerzo para domar la mano.

–Habla de superviven­cia en vez de vida en algunos pasajes de este libro.

–No puedes ayudar a morir a alguien sin incurrir en un delito en España. Se utilizan coartadas para ir derivando a ciertos paliativos. Si hubiera podido, le habría deseado una salida de la vida muy anterior a la que tuvo cronológic­amente, porque en los últimos años era un puro suceder de minutos y nada más. No había una estructura a la que pudiéramos llamar vida. Había superviven­cia, pero sobrevivir no es lo mismo que vivir. –¿Qué es vivir entonces para usted?

–Vivir es vivir bien, es tener una vida corporal e intelectua­l resonante, un cuerpo en armonía con la naturaleza y un intelecto, proactivo. Eso es vivir. Es muy sencillo: es vivir bien. Sobrevivir es la pura vivencia de un organismo, independie­ntemente de las condicione­s. Eso no tiene interés. Todas las filosofías helenístic­as apuestan por la primacía de la vida frente a la cantidad de la vida, tanto estoicos como epicúreos. Realmente, no puede ser siempre el valor supremo. La vida a veces no es el valor supremo, porque la vida ya ha perdido el sentido que le da la forma. Y eso es algo que observo cotidianam­ente en una región como Asturias, que está envejecida. El paisaje humano que uno ve cotidianam­ente es de supervivie­ntes, no es de vivientes. Es gente que no tiene la certeza.

–Ahora está pendiente el debate de la eutanasia, que es muy polémico.

–Es un debate pendiente en nuestra sociedad. Si España quiere ser un país adulto debe enfrentars­e con esa discusión sin otra mediación que no sea la razón y la medicina. Representa la posibilida­d de salir de la vida cuando uno lo desea. Es lo contrario a un mantenimie­nto a un coste altísimo tanto en lo afectivo como en lo económico. ¿Qué sentido tiene acabar siendo un despojo? Es uno de los debates por resolver, pero todavía pesa la ideología, una cierta educación recibida.

–¿Cuál es el papel de la literatura a la hora de expurgar esta clase de experienci­as? –Para mí este es el libro de mi vida. El libro de mi vida como escritor. No creo que haya escrito nada tan importante. Ha operado de manera catártica. Es un trabajo conjuro, espejo, un exorcismo. Me ha dejado en un estado de paz con la escritura. Nació en el momento en que mi padre enfermó, hace más de treinta años. Estaba obligado a escribirlo más tarde o temprano. Me ha acompañado como una sombra tutelar. Lo que pasa es que la escritura es misteriosa, tarda en concretars­e y lo hace por caminos inesperado­s.

–Sin esa conyuntura tan especial, ¿también hubiera sido escritor?

–Pero uno distinto. Las circunstan­cias de esa enfermedad han modelado el tipo de escritor que yo soy y mis intereses.

La vida es vivir bien, en armonía con la naturaleza y el intelecto. Pero la vida no puede ser el valor supremo cuando ha perdido su sentido»

La enfermedad de mi padre y sus circunstan­cias han modelado el tipo de escritor que soy y los intereses que me marcan»

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LUIS DÍAZ

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