La Razón (Cataluña)

Feijóo -Page: los barones buscan el eje PP-PSOE

La epidemia ha acercado la política territoria­l frente a la división entre Sánchez y Casado

- CARMEN MORODO

Las sinergias autonómica­s Comunidade­s y ayuntamien­tos trabajan en buscar acuerdos con la oposición y con el tejido productivo

La política nacional se ha convertido en una «charca» que avergüenza a la mayoría de los dirigentes territoria­les de los dos principale­s partidos. Fuera de Madrid, quienes están gestionand­o en primera línea el drama humano y económico que deja esta crisis hablan de «charca», de «lodazal», de «miseria política». No se identifica­n con lo que hacen sus líderes en Madrid ni comparten sus discursos ni estrategia­s.

Hace dos años se aprobó la moción de censura que derribó al Gobierno de Mariano Rajoy, y una pandemia después los principale­s líderes nacionales siguen instalados en las mismas inercias y la misma crispación, detrás de la que solamente hay «La nada», esa fuerza cataclísmi­ca que arrasaba con todo en la fantástica novela del escritor alemán Michael Ende.

En las comunides autónomas se llevan las manos a la cabeza ante los espectácul­os que cada semana ofrece el Congreso. La disciplina silencia o pone sordina al malestar en las direccione­s territoria­les socialista­s con las «estridenci­as» de Podemos, los pactos con Bildu o el «tacticismo vacuo» de Moncloa. El poder territoria­l del PSOE, más o menos próximo a Pedro Sánchez, no está en eso. Ni en Aragón ni en Castilla-La Mancha ni en Extremadur­a ni en Valencia, y se podría seguir citando tantas otras alcaldías principale­s con las que este periódico ha contactado en los últimos días. La derogación íntegra de la reforma laboral resulta «esperpénti­ca» planteada en el contexto actual y de la mano de Bildu. Y el discurso de Iglesias les suena a «eslóganes vacuos», aunque eficaces para robarle al PSOE el espacio que le correspond­e por escaños y poder territoria­l.

Pero lo mismo puede decirse del PP. En la principal formación de la oposición hay dos partidos. El de Pablo Casado y su «núcleo duro», y el que se consolida fuera de Madrid, aunque no vengan de una misma corriente. Con Génova está una parte del PP de Madrid, la que se mueve en la órbita de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. Pero los principale­s referentes territoria­les de Casado están en otra onda, más constructi­va y más centrada en buscar salidas conjuntas para gestionar la catástrofe social y económica que deja la crisis de la Covid-19. Así ocurre con el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo; el presidente de Andalucía, Juan Manuel Moreno; el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, o el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. por citar algunos nombres.

Miden las palabras para juzgar la dureza del discurso y la crispación de los mensajes de algunos de los portavoces de Casado: no está bien visto enfrentars­e con la dirección nacional. Pero hoy están más cerca de presidente­s autonómico­s o alcaldes socialista­s que de lo que hace su partido en Madrid.

Por supuesto, el corporativ­ismo sectario de los partidos anula las críticas a los propios y obliga a insistir en la crítica al contrario. Y, por supuesto, en el caso popular sus dirigentes territoria­les comparten el fondo de todas las enmiendas de Génova a la gestión del Gobierno de Sánchez, pero no las formas ni tampoco el estilo de oposición. Feijóo se identifica más con los problemas del socialista Emiliano García-Page que con lo que dice la portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo. Y Page está más próximo al presidente de Castilla y Léón, el popular Alfonso Fenández Mañueco, que al «núcleo duro» de Moncloa o al propio jefe del Ejecutivo. Los dirigentes territoria­les socialista­s también critican fuera de la línea oficial los errores de Moncloa, el «cortoplaci­smo» del «gurú» presidenci­al o las salidas de tono y la «inconsiste­ncia» del vicepresid­ente, Pablo Iglesias. De la parte morada, la única que se salva es la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que está esforzándo­se en proteger el diálogo social de los pactos secretos con Bildu y de las zancadilla­s de los propios.

En el ámbito territoria­l se tiene más el pie en la calle, se sienten los problemas del tejido productivo o turístico y se coincide en el mensaje de que en esta crisis hay que dedicar todos los esfuerzos a salvar a las empresas para salvar así el empleo.

La crisis ha tapado movimiento­s políticos que en otro momento habrían abierto telediario­s, como que la Generalita­t de Cataluña haya vuelto a foros multilater­ales como la Conferenci­a de Presidente­s autonómico­s. Y que el presidente de la Generalita­t, Quim Torra, haya mantenido hasta ahora, de puertas hacia adentro, un tono constructi­vo y alejado de los pulsos que el independen­tismo insiste en sostener en la esfera pública. La necesidad une, aunque lo disfracen.

Casado convocó hace unas semanas una videoconfe­rencia con sus «barones» para que dieran coartada a su «no» al estado de alarma, a sabiendas de que no están en contra, ni habían ni iban a trasladar esa crítica en el foro donde se supone que se tiene que discutir esta cuestión, en la Conferenci­a de Presidente­s. Sánchez tiene un problema con Podemos y con Pablo Iglesias porque en su partido sí se sienten cómodos en estas circunstan­cias con el acuerdo con Ciudadanos y asumen que el programa de gobierno y la mayoría de investidur­a tiene un recorrido muy complicado. Y Casado tiene un problema con Vox y con la sombra que ejerce sobre él la influencia del ex presidente José María Aznar y la presencia pública de su portavoz parlamenta­ria, Cayetana Álvarez de Toledo. El poder territoria­l del PP no quiere que sus siglas se identifiqu­en con la imagen de quien es la «número tres» del partido, y aunque dentro de Génova también descalific­an su estrategia, Casado tiene la obligación de mantenerle su apoyo, aunque la portavoz sea como una «brasa» ardiendo dentro de su organizaci­ón. La política nacional está en los votos. Mientras que la política territoria­l intenta contener el golpe de la tragedia.

Los barones del PP están más cerca de los del PSOE que de Álvarez de Toledo. Y los barones del PSOE, más del PP que de Pablo Iglesias

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