«No podía estarse quieto. Siempre estaba de buen humor»
La de Policarpo fue una vida dedicada a la contabilidad en diferentes sitios, con negocios hasta en Venezuela, donde pasó varios años. Pero al volver, como persona tan «activa» que era, «pasó los últimos años de su vida laboral, hasta los 67, repartiendo pan». Su hija, Alejandra, le recuerda como un padre «cercano y cariñosísimo». «Me enseñó contabilidad cuando estaba en la universidad, a conducir... Hasta me tomé mi primera cerveza y me emborraché con él para que aprendiera», recuerda su hija, quien no olvida los «juegos de sumas» que hacíamos. Yo le decía que era como una calculadora». Ella le define como una persona «alegre, que estaba siempre de buen humor y que no podía estarse quieto. Todo el mundo le quería». Igual que Policarpo quería a su tierra, España, cuando en Venezuela le llamaban «isleño». «Él, respondía orgulloso: «Español de Canarias».