La Razón (Cataluña)

ANÍBAL CRUZA LOS ALPES

DECIDIDO A DERROTAR A ROMA A CUALQUIER PRECIO, EL CAUDILLO CARTAGINÉS EMPRENDIÓ UNA HAZAÑA LOGÍSTICA, EL PASO DE MONTAÑAS QUE SOLO UN SEMIDIÓS COMO HÉRCULES HABÍA HOLLADO

- POR EDUARDO KAVANAGH DESPERA FERRO EDICIONES

En el año 218, Aníbal Barca se hallaba en el suroeste de la moderna Francia, dispuesto a dar el salto a Italia y conducir la guerra a suelo romano. Meses antes había partido de Hispania y traía consigo un ejército multiétnic­o, en el que destacaban los guerreros hispanos, cartagines­es, jinetes númidas (de la moderna Argelia), galos y una treintena de elefantes africanos. La posibilida­d de descender hasta la línea de costa y rodear los Alpes por el sur se desestimó muy pronto, pues se temía que sus tropas quedaran a merced de sus rivales, que dominaban los mares. De modo que Aníbal optó por ejecutar una hazaña digna de dioses: hacer que un ejército entero escalara la cordillera de los Alpes, atravesara el muro de roca y hielo que se erguía ante ellos y descendier­a por la orilla opuesta. Unos 38.000 combatient­es a los que sin duda habría que añadir un contingent­e de esclavos cuyo número se desconoce. Hablamos de una cifra cercana a la de la población actual de la ciudad de Soria. Ahora imaginemos ordenar a Soria entera subir a los Alpes y descender de nuevo por la orilla opuesta opuesta para, a continuaci­ón, conquistar Italia y someter a Roma. Se trataba de una apuesta insólita y muy arriesgada que sorprendió a todos, en particular a sus rivales que, tal y como refiere el historiado­r Polibio, cuando tuvieron noticias de ello quedaron pasmados ante la audacia y coraje del cartaginés. El ejército alcanzó las faldas occidental­es de la cordillera sin dificultad, pero a medida que penetraban en valles estrechos y de accidentad­a orografía, comenzaron los enfrentami­entos. Los alóbroges, pueblo céltico que habitaba en la región, se adelantaro­n a ellos para ocupar puntos estratégic­os del camino desde los que esperaban tenderles emboscadas, pero Aníbal observó que cada noche abandonaba­n las cumbres para pernoctar en un poblado cercano. Astutament­e, hizo que su ejército mantuviera la marcha como si no supieran nada y, al llegar la noche, ordenó que encendiera­n hogueras. Tomó consigo a un contingent­e selecto de hombres y se apoderó, al amparo de la oscuridad, de las posiciones que tan irresponsa­blemente habían descuidado los galos. A pesar de ello, estos se decidieron a atacar y se lanzaron sobre los cartagines­es, que sufrieron numerosas bajas, aunque no tanto a causa del combate con el enemigo sino porque toda vez que un caballo era herido, caía sobre las acémilas y estas se precipitab­an al vacío por los precipicio­s, llevándose consigo a muchos hombres y las provisione­s que cargaban. Aníbal ordenó entonces que aquellos de sus hombres que habían tomado las alturas descendier­an y atacaran a los galos por la espalda, poniéndolo­s en fuga. Al día siguiente reanudó la marcha. Al cuarto día le salieron al encuentro los habitantes locales con coronas y ramos de olivo, en gesto de amistad. Aníbal entabló una alianza con ellos y tomó a algunos como guías. Así continuaro­n dos días más hasta que, al llegar a un desfilader­o muy escarpado, un gran número de bárbaros que les venía siguiendo atacó su retaguardi­a, sin duda en connivenci­a connivenci­a con los falsos guías que les habían conducido. La situación era extremadam­ente grave. Llegó la noche, y Aníbal se vio obligado a pernoctar con la mitad de sus tropas en un lugar yermo y rocoso. Al día siguiente descubrió que el enemigo se había retirado, y pudo reunirse con el resto.

BANDAS DE HOSTIGADOR­ES

A partir de ese punto entró en una región apenas habitada, por lo que la resistenci­a se redujo a pequeñas bandas de hostigador­es que apenas tuvieron efecto alguno. Al cabo de nueve días llegó a la cumbre, donde acampó y dio dos días de descanso a sus hombres. Curiosamen­te, muchas acémilas y caballos que días antes se habían perdido, siguieron el rastro de las tropas y regresaron dócilmente. Pero entonces comenzaron a caer fuertes nevadas y la moral decayó. Aníbal trató de insuflarle­s ánimo señalándol­es la llanura padana, que se divisaba, y la proximidad de su destino. Al día siguiente comenzó el descenso, y con él, el infierno. La nieve ocultaba los caminos. Además, una primera capa cubría otra ya no de nieve sino de hielo que hacía que los hombres y las bestias resbalaran y cayeran por la pendiente. En un momento dado, alcanzaron un lugar tan angosto que ni las bestias ni los elefantes podrían cruzar. Aníbal ordenó excavar un túnel en la roca por el que pasó su ejército. Tras quince días de penurias y la pérdida de numerosas vidas y animales, alcanzaron la llanura del Po. Pero su gesta no había tocado fin. Acababan de pasar por un infierno de hielo y roca, ahora entraban en un infierno de hierro y sangre: la guerra con Roma.

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Casco galo de la Cisalpina

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