«Cummingsgate»: el escándalo que acecha a Johnson
En plena pandemia, la pésima gestión de la crisis y la defensa a ultranza de su oscuro asesor le han puesto en contra hasta a su electorado más fiel
En plena pandemia la defensa a su asesor le pasa factura.
Boris Johnson ha dejado de ser el primer ministro del pueblo. Hasta ahora, su excentricidad, verborrea y capacidad camaleónica, como buen populista, para decir en cada escenario aquello que la gente quiere escuchar –sin necesidad de que sea verdad, como ocurrió durante la campaña del Brexit– conseguía que el electorado le perdonara todo. Hasta sus orígenes más que acomodados y su estudios en la elitista universidad de Oxford. Quien si no él habría conseguido ser alcalde de Londres– donde nunca había ganado antes un« tory» –o la victoria en las últimas elecciones generales en los distritos del «Muro Rojo» del norte de Inglaterra, que desde laIIGM habían votado por los laboristas. En definitiva, Johnson tenía cogido perfectamente el pulso a la calle. Sin embargo ahora el pueblo se siente traicionado.
La defensa a ultranza del primer ministro a su oscuro asesor, Dominic Cummings –cerebro de la campaña pro Brexit–, después de que Prensa haya revelado que éste último ha violado las normas del confinamiento, ha creado una crisis sin precedentes. La popularidad del «premier» ha caído en picado. Su índice de aprobación ha pasado de +19 a -1 en cuatro días, según el sondeo realizado por Savanta para «The Telegraph».
Y es que, en el segundo país más afectado del mundo por la covid-19, donde los muertos rozan ya los 39.000, los ciudadanos no consienten que mientras su vida haya cambiado por completo durante la cuarentena, el estratega del Gobierno pueda actuar como quiera sin ningún tipo de represalia. Incluso la mayoría de los que en su día votaron por la salida de la UE –que siempre han visto a Cummings como el gran gurú– consideran ahora que su puesto es insostenible. El 27 de marzo, en pleno confinamiento, el asesor realizó un viaje de 400 km desde Londres al norte de Inglaterra, después de que tanto él como su mujer desarrollaransíntomas del corona virus, para aislarse en una propiedad de su padre «con el objetivo de estar cerca de su familia para que su hijo de 4 años pudiera ser asistido». El 12 de abril, realizó una excursión hasta Barnard Castle «para comprobar si su visión era lo suficientemente buena como para regresar a Londres conduciendo», según sus propias palabras.
La presión hacia Johnson por deshacerse de su mano derecha, ya no sólo viene por parte de la oposición. Más de cuarenta diputados conservadores han pedido la dimisión y, según los rotativos, hasta seis miembros del Gabinete han expresado en privado sus preocupaciones. Sin embargo, el primer ministro sigue defendiendo con vehemencia a Cummings y la dela
pendencia política que está demostrando preocupa sobremanera a su propio equipo. El gurú siempre ha sido un personaje tremendamente peculiar en la escena política británica. Y ya no sólo por sus atuendos y porque acude cuando le viene en gana al Número 10 en chándal. El ex «premier» David Cameron llegó a describirle como un «psicópata con carrera». Lo cierto es que el estratega no deja indiferente a nadie. Unos le ven como un loco, excéntrico, pero intelectualmente brillante. Otros consideran que está sobrevalorado. Antes de ser cerebro de la campaña pro Brexit, dirigió la campaña para que Reino Unido no se uniera a la zona euro y trabajó como asesor para Michael Gove – ahora viceprimer ministr o– cuando éste era titular de Educación. De carácter extremadamente complejo, tiene atemorizado al funcionariado, funcionariado, ha conseguido centralizar hasta niveles preocupantes el poder en Downing Street y, a efectos prácticos, es él quien mueve absolutamente todos los hilos del Ejecutivo. La cuestión es que el asesor anteriormente había demostrado ser un genio, capaz de enfurecer y burlar a los opositores políticos. Sin embargo, en el Número 10 está siendo mucho menos efectivo. Él, que había pasado los últimos cuatro años criticando a las élites hipócritas y acusando a los medios de generar una controversia falsa sobre cosas que realmente importaban al pueblo, ha perdido el pulso a la calle y se lo ha hecho perder al primer ministro. Y esto es lo realmente preocupante para Johnson, quien en su defensa acérrima al estratega está mostrando modales despóticos que le acercan peligrosamente a Donald Trump.
En la rueda de prensa del jueves, Johnson se mostró más que esquivo y altivo ante las insistentes preguntas sobre la actuación de su asesor –que sigue asegurando que fue «razonable y legal»– dejando con la palabra en la boca a la periodista de la BBC. Hasta en dos ocasiones, el líder «tory» evitó que los asesores científicos y médicos respondieran cuando se les planteó si la actuación de Cummings supuso un riesgo para la salud de otros. El mismísimo «The Telegraph» –biblia conservadora– señaló que la rueda de prensa se pareció más a una «conversación con rehenes». La Policía de Durham (norte de Inglaterra) concluyó que al tratarse de «infracción menor», no prevén emprender acciones en su contra. Por lo tanto, Downing Street ha dado carpetazo oficial al asunto. Pero nada más lejos de la realidad. La crisis continúa.
Muchos analistas consideran que Johnson nunca ha tenido claro una visión profunda de lo que quiere hacer como «premier». Su ansiado sueño se cumplía al entrar por la puerta del Número 10, pero más allá de ello no había ningún plan. Ideológicamente, siempre ha sido un camaleón, cambiando de bando en función de su propio interés personal. Y eso significa que ahora es casi imposible pensar en una política conservadora actual que sea inconfundiblemente «Johnsoniana». Es por eso que Cummings es tan vital para su Gobierno. Johnson es el que pone la imagen, pero el gurú es quien elabora la estrategia. El problema es que ambos han perdido la confianza del pueblo. Y eso en política nunca es buena señal.