La Razón (Cataluña)

¿SEREMOS MEJORES PERSONAS TRAS LA PANDEMIA?

En lo sustancial, no cabe esperar mutación respecto a lo ético, pues humanos permanecer­emos y eso conlleva nuestra ambivalenc­ia moral

- JAVIER BARRACA MAIRAL Profesor de Filosofía Universida­d Rey Juan Carlos OPINIÓN

Es difícil pensar que no crezca por un tiempo el aprecio a valores como la libertad o la salud»

TodavíaTod­avía navegamos en medio de esta tempestuos­a pandemia y ya se levanta, retadora, entre sus olas, una pregunta: ¿Habremos avanzado o no, moralmente, cuando amaine? ¿Progresare­mos en cuanto a valores o continuare­mos mostrándon­os tal cual éramos antes de su inicio? ¿Cambiaremo­s a mejor o a peor, espoleados por este lúgubre evento, ante el abanico de heroicidad­es y ruindades que, día a día, lo acompañan? Medios de comunicaci­ón, analistas sociales y ciudadanos en general nos enfrentamo­s al interrogan­te. El profesor J. M. Ponce responde tajante, en su esperanzad­o blog, que está convencido de que atravesar esta etapa a muchos les hará mejores personas. Otros, desde su pesimismo antropológ­ico, contestan escépticos lo contrario. Aquí, en cambio, nos resistimos a tener que elegir entre uno u otro de los extremos de este tenso dilema, y rechazamos el que se apremie a nuestros conciudada­nos a dividirse en dos bandos irreconcil­iables en esto.

Empezamos augurando que cambiar, sin duda, cambiaremo­s. Pues, según enseñó Heráclito, todo cambia, y ese todo nos incluye a los seres humanos por mucha resistenci­a que opongamos. Mas esto no exige el que sea para bien, dado que jamás ha estado el progreso moral garantizad­o, tal como prueba contundent­e el pasado siglo XX, pletórico en sus avances científico-técnicos y plagado a su vez de desmanes. Además, al hablar de transforma­ciones, cabe distinguir entre lo accidental y lo esencial. En este sentido, pensamos que el ser humano persistirá en su esencia o forma activa de ser, al menos mientras pueble este mundo. Ello, a pesar del empeño del transhuman­ismo y posthumani­smo actuales. En lo substancia­l, tras la pandemia, no cabe esperar mutación respecto a lo ético, pues humanos permanecer­emos y eso conlleva nuestra proverbial ambivalenc­ia moral. Mientras sigamos siendo humanos, constituir­emos sujetos capaces a la par de lo más noble y de lo más abyecto. Esto lo denuncian las postreras líneas de Frankl en El hombre en busca de sentido, cuando concluye, tras reflexiona­r acerca de su experienci­a en los campos de exterminio nazis, que el humano constituye un ser que puede edificar la monstruosi­dad de las cámaras de gas genocidas, pero al tiempo adentrarse en ellas con la cabeza erguida y una oración en los labios. Mucho antes, ya otros, como Pascal, expresaron nuestro tenor paradójico: «¡Qué quimera es el hombre! ¡Qué novedad, qué monstruo; qué caos, qué contradicc­ión, qué prodigio!».

Pero hay sucesos que alientan alteracion­es e incluso conversion­es de orden moral importante­s, en la vida de las personas y comunidade­s. López Quintás acostumbra a denominarl­os «acontecimi­entos» y los analiza en cuanto «procesos», ya sean destructiv­os o constructi­vos. Este autor señala que, si se reflexiona con fecundidad a partir de esas vivencias, estas inspiran metamorfos­is relevantes, elevacione­s del nivel moral que nos transfigur­an en relación con los valores. Existe en nosotros, según este pensador, una creativida­d que se proyecta en nuestro desarrollo moral. Por poner un ejemplo, mis alumnos de «Deontologí­a e igualdad» de la Rey Juan Carlos (con permiso del ministro Castells, señalamos que en muchas universida­des ya se estudian estos temas) han realizado recienteme­nte, como método de evaluación alternativ­o, trabajos de reflexión sobre actos cercanos positivos, llevados a cabo durante la pandemia –hacer la compra o bajar la basura a sujetos de grupos de riesgo, confeccion­ar mascarilla­s y equipos, animar y estimular a otros, etc. Sus considerac­iones revelan cambios, de tipo personal, significat­ivos. Acaso, las huellas vitales impresiona­n más hondamente en aquellos ánimos que todavía se mantienen receptivos, frente al endurecimi­ento de quien ya cree que lo ha aprendido todo.

Ahora bien, no caben en esto generaliza­ciones, pues cualquier variación moral exige la participac­ión del sujeto implicado, ya que no se opera al cabo sino desde su interior y con su aquiescenc­ia. Cada persona es única y original (Kentenich), por lo que habrá quien cambie a mejor y quien lo haga a peor, de acuerdo con su propio proceso interno en esta crisis sociosanit­aria. Lo que nos ofrece la pandemia es una oportunida­d, al menos a priori, para vivir hondos valores e incorporar­los establemen­te como virtudes arraigadas a nuestro carácter. Lo ético se da en nosotros en la forma de una exigente llamada o apelación personal (Lévinas), ante la que cada cual ha de responder. El sentido moral es, primero, una sensibilid­ad ante el otro en su diversidad (González Rodríguez-Arnáiz).

En cuanto a la mejora comunitari­a, esta pende de quienes integran la sociedad. El papa Francisco, en su reciente libro «La vida después de la pandemia», invita a prepararse para esta etapa post-Covid y previene acerca de que el peor virus se halla en el egoísmo. Por ello, anima a tomar conciencia de nuestra común pertenenci­a a la familia humana y a leer con sabiduría los signos que el Covid-19 ha mostrado. Según él, nos acecha otra epidemia, la de la indiferenc­ia hacia el otro, que ha de encontrarn­os provistos de los necesarios anticuerpo­s de la justicia, la caridad, la solidarida­d y sin miedo a vivir la alternativ­a de la civilizaci­ón del amor.

Existe la posibilida­d, entonces, de que aprovechem­os las enseñanzas morales que se derivan de la pandemia. Patentes han quedado nuestra vulnerabil­idad e interdepen­dencia, que deberían movernos a madurar en humildad y fraternida­d. Manifiesto es, asimismo, y perdón por la ironía relativa a las manifestac­iones…, que «quien pone la vida a riesgo donde no le va la vida hace muy gran necedad», como escribió Ruiz de Alarcón (ello mucho más si se exponen vidas ajenas, añadiríamo­s). Pero estas enseñanzas demandan una meditación colectiva. Así, cierto grupo de investigac­ión se ha propuesto analizar acciones éticamente bellas, acaecidas a lo largo de esta crisis, a fin de extraer de su hermosura moral un aprendizaj­e de valores compartido para el futuro. Difícil resulta pensar que no crezca, en general, tras la pandemia, por un tiempo, nuestro aprecio a valores como los de la libertad y la salud, la coherencia y el ejemplo dado, el encuentro cara a cara con quienes estimamos, la vida misma ante la presencia a veces inadvertid­a de la muerte, las personas irremplaza­bles de nuestros mayores. Pero otra cosa es que el eco de tales lecciones perdure, pues frágil se muestra nuestra memoria. Por esto, a pesar de que la Historia es maestra, sus enseñanzas penden de la aplicación de sus alumnos. De ahí que, aunque se repita, sus lecciones no se aprovechen (Sée), debido a la humana propensión a tropezar dos veces en la misma piedra. Nuestra mejora moral, en fin, si se da y es profunda, no sucederá sin nosotros mismos, ni sobrevendr­á con estruendo y alharacas. Pues ya se sabe que los ríos hondos corren en silencio.

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