¿SEREMOS MEJORES PERSONAS TRAS LA PANDEMIA?
En lo sustancial, no cabe esperar mutación respecto a lo ético, pues humanos permaneceremos y eso conlleva nuestra ambivalencia moral
Es difícil pensar que no crezca por un tiempo el aprecio a valores como la libertad o la salud»
TodavíaTodavía navegamos en medio de esta tempestuosa pandemia y ya se levanta, retadora, entre sus olas, una pregunta: ¿Habremos avanzado o no, moralmente, cuando amaine? ¿Progresaremos en cuanto a valores o continuaremos mostrándonos tal cual éramos antes de su inicio? ¿Cambiaremos a mejor o a peor, espoleados por este lúgubre evento, ante el abanico de heroicidades y ruindades que, día a día, lo acompañan? Medios de comunicación, analistas sociales y ciudadanos en general nos enfrentamos al interrogante. El profesor J. M. Ponce responde tajante, en su esperanzado blog, que está convencido de que atravesar esta etapa a muchos les hará mejores personas. Otros, desde su pesimismo antropológico, contestan escépticos lo contrario. Aquí, en cambio, nos resistimos a tener que elegir entre uno u otro de los extremos de este tenso dilema, y rechazamos el que se apremie a nuestros conciudadanos a dividirse en dos bandos irreconciliables en esto.
Empezamos augurando que cambiar, sin duda, cambiaremos. Pues, según enseñó Heráclito, todo cambia, y ese todo nos incluye a los seres humanos por mucha resistencia que opongamos. Mas esto no exige el que sea para bien, dado que jamás ha estado el progreso moral garantizado, tal como prueba contundente el pasado siglo XX, pletórico en sus avances científico-técnicos y plagado a su vez de desmanes. Además, al hablar de transformaciones, cabe distinguir entre lo accidental y lo esencial. En este sentido, pensamos que el ser humano persistirá en su esencia o forma activa de ser, al menos mientras pueble este mundo. Ello, a pesar del empeño del transhumanismo y posthumanismo actuales. En lo substancial, tras la pandemia, no cabe esperar mutación respecto a lo ético, pues humanos permaneceremos y eso conlleva nuestra proverbial ambivalencia moral. Mientras sigamos siendo humanos, constituiremos sujetos capaces a la par de lo más noble y de lo más abyecto. Esto lo denuncian las postreras líneas de Frankl en El hombre en busca de sentido, cuando concluye, tras reflexionar acerca de su experiencia en los campos de exterminio nazis, que el humano constituye un ser que puede edificar la monstruosidad de las cámaras de gas genocidas, pero al tiempo adentrarse en ellas con la cabeza erguida y una oración en los labios. Mucho antes, ya otros, como Pascal, expresaron nuestro tenor paradójico: «¡Qué quimera es el hombre! ¡Qué novedad, qué monstruo; qué caos, qué contradicción, qué prodigio!».
Pero hay sucesos que alientan alteraciones e incluso conversiones de orden moral importantes, en la vida de las personas y comunidades. López Quintás acostumbra a denominarlos «acontecimientos» y los analiza en cuanto «procesos», ya sean destructivos o constructivos. Este autor señala que, si se reflexiona con fecundidad a partir de esas vivencias, estas inspiran metamorfosis relevantes, elevaciones del nivel moral que nos transfiguran en relación con los valores. Existe en nosotros, según este pensador, una creatividad que se proyecta en nuestro desarrollo moral. Por poner un ejemplo, mis alumnos de «Deontología e igualdad» de la Rey Juan Carlos (con permiso del ministro Castells, señalamos que en muchas universidades ya se estudian estos temas) han realizado recientemente, como método de evaluación alternativo, trabajos de reflexión sobre actos cercanos positivos, llevados a cabo durante la pandemia –hacer la compra o bajar la basura a sujetos de grupos de riesgo, confeccionar mascarillas y equipos, animar y estimular a otros, etc. Sus consideraciones revelan cambios, de tipo personal, significativos. Acaso, las huellas vitales impresionan más hondamente en aquellos ánimos que todavía se mantienen receptivos, frente al endurecimiento de quien ya cree que lo ha aprendido todo.
Ahora bien, no caben en esto generalizaciones, pues cualquier variación moral exige la participación del sujeto implicado, ya que no se opera al cabo sino desde su interior y con su aquiescencia. Cada persona es única y original (Kentenich), por lo que habrá quien cambie a mejor y quien lo haga a peor, de acuerdo con su propio proceso interno en esta crisis sociosanitaria. Lo que nos ofrece la pandemia es una oportunidad, al menos a priori, para vivir hondos valores e incorporarlos establemente como virtudes arraigadas a nuestro carácter. Lo ético se da en nosotros en la forma de una exigente llamada o apelación personal (Lévinas), ante la que cada cual ha de responder. El sentido moral es, primero, una sensibilidad ante el otro en su diversidad (González Rodríguez-Arnáiz).
En cuanto a la mejora comunitaria, esta pende de quienes integran la sociedad. El papa Francisco, en su reciente libro «La vida después de la pandemia», invita a prepararse para esta etapa post-Covid y previene acerca de que el peor virus se halla en el egoísmo. Por ello, anima a tomar conciencia de nuestra común pertenencia a la familia humana y a leer con sabiduría los signos que el Covid-19 ha mostrado. Según él, nos acecha otra epidemia, la de la indiferencia hacia el otro, que ha de encontrarnos provistos de los necesarios anticuerpos de la justicia, la caridad, la solidaridad y sin miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor.
Existe la posibilidad, entonces, de que aprovechemos las enseñanzas morales que se derivan de la pandemia. Patentes han quedado nuestra vulnerabilidad e interdependencia, que deberían movernos a madurar en humildad y fraternidad. Manifiesto es, asimismo, y perdón por la ironía relativa a las manifestaciones…, que «quien pone la vida a riesgo donde no le va la vida hace muy gran necedad», como escribió Ruiz de Alarcón (ello mucho más si se exponen vidas ajenas, añadiríamos). Pero estas enseñanzas demandan una meditación colectiva. Así, cierto grupo de investigación se ha propuesto analizar acciones éticamente bellas, acaecidas a lo largo de esta crisis, a fin de extraer de su hermosura moral un aprendizaje de valores compartido para el futuro. Difícil resulta pensar que no crezca, en general, tras la pandemia, por un tiempo, nuestro aprecio a valores como los de la libertad y la salud, la coherencia y el ejemplo dado, el encuentro cara a cara con quienes estimamos, la vida misma ante la presencia a veces inadvertida de la muerte, las personas irremplazables de nuestros mayores. Pero otra cosa es que el eco de tales lecciones perdure, pues frágil se muestra nuestra memoria. Por esto, a pesar de que la Historia es maestra, sus enseñanzas penden de la aplicación de sus alumnos. De ahí que, aunque se repita, sus lecciones no se aprovechen (Sée), debido a la humana propensión a tropezar dos veces en la misma piedra. Nuestra mejora moral, en fin, si se da y es profunda, no sucederá sin nosotros mismos, ni sobrevendrá con estruendo y alharacas. Pues ya se sabe que los ríos hondos corren en silencio.