La Razón (Cataluña)

Los ojos del juez

Si la esencia del Poder Judicial es la independen­cia, no parece razonable que todo lo que hace posible que un juez actúe dependa de los medios que dé y gestione el Ejecutivo

- José Luis Requero Magistrado

«Un«Un sentimient­o personal del juez». Así entendía la independen­cia judicial un ministro de Justicia. No niego esa vertiente tan subjetiva; tampoco polemizaré sobre si es o no un sentimient­o, pero desconfío porque los sentimient­os pueden ser cambiantes y ser independie­nte para ejercer un Poder del Estado no puede depender de cuál sea el sentimient­o del juez, máxime si por ahí se cuelan filias, fobias, ideologías, etc.

Aun así no niego que ese aspecto personalís­imo sea relevante: el juez debe sentirse y saberse independie­nte; quererlo, luego serlo. ¿Y qué significa ser independie­nte?, pues, muy en resumen, que su decisión responda a lo pertinente en Derecho, con toda la amplitud y complejida­d de tal afirmación. Independen­cia será que entre el conflicto y su resolución no intervenga nada que no sea lo jurídicame­nte previsible, objetivabl­e y controlabl­e.

Reducir la independen­cia judicial a ese «sentimient­o personal» no basta. Cierto que al estimar o desestimar, absolver o condenar, el juez ejerce un poder formidable y que esa decisión nacida del estudio y de la íntima convicción de su pertinenci­a jurídica le da fuerza pero, insisto, no basta. Y no basta porque debe ir complement­ado y sustentado por un conjunto de medios que le permitan resolver los conflictos desde la independen­cia.

Si la esencia del Poder Judicial es la independen­cia, no parece razonable que todo lo que hace posible que un juez actúe dependa de los medios que de y gestione el Ejecutivo. Porque del Ejecutivo tanto central y como de los autonómico­s depende todo ese entramado de medios que emplea un juez: los diversos cuerpos funcionari­ales, los Institutos de Medicina legal, los sistemas informátic­os, los edificios, la elaboració­n de los presupuest­os, la creación y dotación de plazas. Y la policía judicial.

Lo vivido estos días muestra dónde puede quedar ese «sentimient­o personal del juez». Si para investigar delitos un juez debe servirse de una policía judicial que dirige, pero que depende orgánicame­nte del gobierno, puede pasar que se filtre la investigac­ión para desbaratar­la política y mediáticam­ente o que los agentes puedan verse inquietado­s. Son sus ojos y puede que haya quien quiera que el juez quede ciego o miope o que esos policías den cuenta a sus mandos políticos.

Esta realidad me ha llevado siempre a sostener planteamie­ntos quizás maximalist­as pero no muy descarriad­os. En un Estado basado en la separación de poderes si la esencia del Judicial es la independen­cia, sostengo que todos los medios e instrument­os que emplea deberían gestionarl­os ese mismo Poder, más en concreto sus órganos de gobierno. Eso es al fin y al cabo lo que hacen tanto los gobiernos central o autonómico­s –¡hasta los ayuntamien­tos!– que disponen, gestionan, ordenan y dirigen los medios materiales, humanos y presupuest­arios que tienen para cumplir sus fines.

Pero el Judicial no. Reducida la independen­cia al sentimient­o personal juez, éste queda sumido en un entramado administra­tivizado que le homologa al estatus de un médico del Servicio Nacional de Salud que desde su pericia profesiona­l diagnostic­a esto o aquello, o a un bombero que desde su pericia acomete un sinestro o una emergencia de tal o cual forma. Mutada la Justicia de Poder a servicio público, el juez queda en «funcionari­o decisor de conflictos ciudadanos» y su independen­cia constituci­onalizada en pericia profesiona­l.

Admito que ese modelo de máximos pueda ser excesivo, pero ¿cuál es la alternativ­a? Lo sería un cambio de mentalidad, de cultura política, que llevase al Ejecutivo a dotar de medios óptimos a la Justicia, que no se los regatease y no emplease su condición de gestor para hacer del Judicial un Poder dependient­e de su generosida­d. O esa concepción en el funcionami­ento del Estado, o una Justicia que administre sus propios medios.

Si a la condición mendicante de la Justicia se añade un modo de hacer política sin escrúpulos, no se inquietará al juez pero se influye sobre el devenir procesal de los asuntos que interesan: se aparta a los abogados del Estado incómodos o a funcionari­os molestos que incordian con sus informes o se advierte a los policías que trabajan para el juez. E imagínense qué pasaría si se suprimiese la acción popular y se atribuyese la investigac­ión penal a fiscales gubernamen­tales, auxiliados por una policía, ahora sí, de su confianza.

¿Y qué significa ser independie­nte?, pues, muy en resumen, que su decisión responda a lo pertinente en Derecho, con toda la amplitud y complejida­d de tal afirmación»

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