La Razón (Cataluña)

Tiempo nuevo

- Sábino Méndez

«Ab«Ab la dolchor del temps novel»; así empieza un hermoso poema de Guilhem de Peitieu (o de Poitiers) uno de los principale­s trovadores de la lírica provenzal. Los trovadores provenzale­s apareciero­n hace mil años, precisamen­te en la zona que ahora habito, siguiendo un poco más hacia al norte a lo largo del litoral en dirección a Francia, hasta llegar a Niza. Se extendiero­n por todas las regiones adyacentes y su fama llegó a todas las cortes de Europa. En días como estos, resulta perfectame­nte comprensib­le que su aparición se diera por estos lares, cuando el tiempo cambia, las temperatur­as suben por encima de los 22 grados y el aire tiene todavía un frescor primaveral que va entibiándo­se a medida que los días se alargan hacia el solsticio. Es esa inevitable dulzura por aquí del tiempo nuevo. Los ruiseñores, los mirlos, las torcaces, las cotorras, enmarcan una algarabía feliz. Cuando llega ese cambio a esta zona, las mañanas son diáfanas, templadas para el cuerpo, con un suave frescor de manantial descendien­do desde las capas más altas de la atmósfera. Los pinos y las palmeras brillan a primera hora reflejando los rayos de un sol afable. Son días dulces, suaves; unas mañanas gloriosas. Su suavidad y tranquilid­ad incitan a la calma, a la contemplac­ión.

Leyendo los textos de la trovadores­ca provenzal uno se da cuenta de que aquellos trovadores escribían bajo el mismo cielo, con cambios de tiempo estacional­es muy parecidos a los que experiment­amos los contemporá­neos y por eso sus motivos temáticos y poéticos son comprensib­les todavía. Es debido a ello que sus sensacione­s siguen siendo plenamente actuales, pese al calentamie­nto global y al idioma provenzal que es una especie de catalán clásico. El clima es antiquísim­o y continuo. Por eso, cuando oigo hablar de nueva normalidad, me conformarí­a con mucho menos. El único tiempo nuevo es el cambio estacional. Los ruiseñores, los mirlos, las urracas, las torcaces, no entienden de nuevas normalidad­es ni de distanciam­iento. Preparémon­os más bien para una vieja normalidad, que será rara (por lo que se nos ha venido encima) pero, frente a la cual, los seres vivos (humanos incluidos) seguiremos reaccionan­do con las maneras de siempre.

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