¿Dónde quedaron el honor y la decencia?
Fernando Grande-Marlaska lo está pasando mal. Vive sus peores días desde que decidió aceptar la propuesta de Pedro Sánchez para colgar la toga y pasar al ruedo político. Su trayectoria demuestra lo efímera que es la gloria. De la que acumuló en su carrera como magistrado no quedan ni las pavesas. El periplo puede probar a su vez la capacidad del hombre para degenerar sin tasa en virtud de una obediencia debida a oscuros intereses. El ministro ha acreditado en estos meses un historial con el que no ocupará lugar en el «panteón» histórico de los hombres ilustres de ese departamento. En política nadie está libre de cometer errores, incluso graves, pero la dignidad es una cualidad que los compensa con decisiones ulteriores. Marlaska mintió y mintió en sede parlamentaria y ante todo el país. De su falsedad se ha hecho cómplice todo el Gobierno que ha secundado las dos o tres versiones que se han maquinado desde Moncloa sobre la intrusión en la causa judicial del 8-M. Nada nuevo. La mendacidad es la savia que circula por los vasos de este Ejecutivo. Ayer, el ministro se enrocó en su puesto y respondió a los portavoces de la oposición no solo que no piensa dimitir, sino que si actuó como lo hizo fue incluso por respeto «a la carrera» del coronel Pérez de los Cobos. A la cacicada sumó la humillación, el barro y la condescendencia. Marlaska se perdió hace tiempo y no piensa encontrarse. Por el camino extravió el honor y la decencia del hombre público para trasvestirse en el meritorio que sirve al déspota. Cabría esperar que la injerencia irregular en una instrucción judicial tenga consecuencias en el orden legal. En el político, su carrera deambula ya hacia el pudridero de la memoria.