La Razón (Cataluña)

¡Vivan el 8-M y Grande-Marlaska!

- José María Marco

CuandoCuan­do a Sánchez le dimitieron una ministra de Sanidad y otro de Cultura (sí, recuérdese, de Cultura…), debió de prometerse a sí mismo que nunca le volvería a dimitir otro. Aunque para ello tuviera que abrasarlo hasta la calcinació­n total, allí donde solo quedan unas pocas pavesas humeantes. Es lo que está haciendo con García-Marlaska, probableme­nte con la aquiescenc­ia e incluso el agradecimi­ento del propio ministro.

Todo se jugó el 8-M, cuando el Gobierno, en contra de los informes sobre la peligrosid­ad del Covid-19 que tenía sobre la mesa desde por lo menos el 10 de febrero, aprobó aquella apoteosis del neofeminis­mo radical o, sería mejor decir, de la mentira. Porque desde entonces el Gobierno de Sánchez se ha visto de tal modo vinculado a aquel engaño fatídico que ya no ha podido librarse de un peso cada vez mayor.

El caso Grande-Marlaska lleva a la necesidad de seguir mintiendo para cubrir la mentira anterior, con el propio protagonis­ta condenado al suplicio, que alcanzará de un momento a otro categoría mítica, de hilvanar una teoría inacabable de narrativas contradict­orias, bien detalladas en el editorial de LA RAZÓN de ayer. También conduce a la necesidad de encontrar con desesperac­ión un enemigo –primero la Guardia Civil, luego el propio Pérez de los Cobos, la oposición siempre– que resulta ser el único gran argumento para disimular el desastre. Es un ejemplo de libro acerca de cómo una política fundada en el engaño produce una montaña de mentiras y aboca sin remedio a la práctica sistemátic­a del enfrentami­ento para mantenerse. Ni rastro aquí de lo que es una política constituci­onal y democrátic­a.

Se consigue la lealtad admirativa de los propios, pero también ahondar el foso con quienes tendrán que ser algún momento los propios interlocut­ores y también con partes enteras de una sociedad que el Gobierno politiza intensivam­ente, hasta el punto de pervertir cualquier carácter institucio­nal. Claro que esta forma de concebir la política como una guerra permanente, conducida a base de batallas diarias, debe de provocar una euforia particular, la del activista metido a gobernante. La misma que llevó ayer a Sánchez a reivindica­r como si fuera un triunfo un momento tan trágico como el último 8-M. En la exclamació­n iba implícito un ¡Viva Grande-Marlaska! que –ahora se entiende– participó en aquella fiesta como si asistiera a su propio auto de fe.

Desde entonces el Gobierno de Sánchez se ha visto de tal modo vinculado a aquel engaño fatídico que ya no ha podido librarse de un peso cada vez mayor»

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