A MARLASKA LE SIGUE CRECIENDO LA NARIZ COMO A PINOCHO
DIARIO DE UN VIEJO QUE LE GRITA AL TELEVISOR
NoNo está uno para presumir de nada, y mucho menos de profeta ni de oráculo de Delfos, pero dije hace días que viendo al ministro Marlaska en la tele justificando el cese del coronel Pérez de los Cobos me pareció que, a medida que hablaba de reestructuración y de pérdida de confianza, le iba creciendo la nariz como a Pinocho, y así se lo grité al televisor. Una alucinación, claro, pero les juro que no me había tomado ni tan siquiera los cinco chupitos de vodka que recomienda el presidente de Bielorrusia para combatir con alegría el coronavirus. Y digo con alegría porque si te toca la china (y nunca mejor dicho), al menos palmarás un poco más animado de lo habitual, aunque me imagino que en las UCIS aún no permiten cantar «el vino que tiene Asunción». El caso es que una nota secreta interna del propio Ministerio del Interior ha revelado, según «El Confidencial», que el susodicho Marlaska destituyó al citado coronel por no filtrarle las investigaciones de la Guardia Civil sobre el 8-M, esto es, algún detallito de las diligencias judiciales en curso. Todavía hay quien cree que porque llevamos mascarillas en estos días aún se asaltan las diligencias como en las películas de John Ford.
España no es un país en el que los espías puedan tener un futuro brillante (ahí tienen a Villarejo) ni la posibilidad de echar horas extras. Parece que no son necesarios. Sea como fuere, por arte de magia o porque los Gargantas Profundas o los topos crecen como setas en bosque húmedo, aquí los pactos secretos tardan en conocerse un cuarto de hora y los documentos secretos de ministerios o juzgados, un par de días, más o menos. Hay tantas filtraciones que no sé cómo aguanta el techo. Éste el paraíso de los fontaneros y de la chapuza del albañil. Quizá la única forma de guardar un secreto sea, como decía Azaña, escribirlo en un libro. El documento revelador de la mendacidad del ministro lleva el membrete de «reservado»: lo que se calla o debe callarse, según el diccionario. Pero hay quien no se calla ni debajo del agua y hay quien filtra más que un funcionario inglés en las novelas de John Le Carré. Sea como fuere, la reserva se la bebió alguien, y así queda desmontada, o eso parece, toda la cadena de versiones dadas por Grande-Marlaska, que derivarán, si él no lo remedia, en «la culpa fue del chachachá». Si el señor ministro define todo los ceses y dimisiones de altos mando de la Guardia Civil como una «simple reestructuración», no me extrañaría nada que la historia de Jack el Destripador le pareciera el parte médico habitual de una apendicitis. Si todo el suceso le parece «un impulso a la Benemérita», tampoco me extrañaría que confundiera un tsunami con una marejadilla. Y si todo lo resume en una «pérdida de confianza», sería merecedor de que la Gámez (Celia) resucitara para cantarle «Aquí, la verdad desnuda», revista que estrenó en 1965 sin mayor pena ni gloria, pues en España la única verdad desnuda que ha gozado de general aceptación, sin cortapisas de censores y párrocos, es la Maja Desnuda de Goya. Pero Marlaska se niega a dimitir, al menos, hasta ahora, siguiendo la inefable táctica del marido sorprendido por su esposa en pleno fornicio con la otra: negar la evidencia, o sea, esto no es lo que parece, querida. Con la nariz tan crecida, ¿qué se olerá ahora?