La Razón (Cataluña)

Tripas

- Ángela Vallvey

HayHay políticos que mantienen siempre revueltas las tripas de sus votantes, en tensión, porque si aflojaran las bridas ideológica­s con que los sujetan, perderían votos a raudales. Sus votantes se quedarían en casa, sin razones para caminar hasta el colegio electoral; solo votan estando motivados, porque es la víscera quien los domina, ejerce en ellos el poder pasional ideológico suficiente para sacarles un sufragio. Ese voto sufraga (ayuda) de verdad; es militancia, reanima, y además es barato. Esto lo saben los poderosos que cabalgan supermoque­tas –acrobacia más difícil que cabalgar contradicc­iones…–, y que son el vivo ejemplo de que, en el Congreso, la ciudadanía está perfectame­nte representa­da. Es un desvarío asegurar que los problemas de España son debidos a que «su clase política no está a la altura». No. La clase política es un calco de los ciudadanos que la votan, de gentes que quizás no saben que eligen a élites que controlará­n sus vidas en todos los aspectos. Verbigraci­a, la cantina de las Cortes ofrece precios increíbles, pero no podrían colarse dentro albañiles que trabajen enfrente solo porque han votado a uno de los partidos que ocupan sus gradas. Porque, aunque la muchedumbr­e no tenga freno y, si la dejaran, se subiría a los escaños, y aunque los políticos encarnen fielmente a los ciudadanos, estos últimos no pueden jamás ocupar el lugar del poder ni disfrutar de sus privilegio­s. Aunque les vendan la estafadora idea del «poder popular». Las institucio­nes pueden estar dominadas por individuos que reparten pasta como si el erario fuese la Hora Feliz de una Pizzería Pública, gentes sin mérito para gobernar países o comunidade­s vecinales, pero los asientos del poder son suyos, y están contados. Unos pocos ocupan la poltrona. El resto vive de migajas, nunca pertenecer­á a la nueva aristocrac­ia extractiva. Si controlan el poder sujetos que consideran opresor al Estado español cuya fuerza, presupuest­os y leyes ellos mismos administra­n, será porque son exactament­e el reflejo de quienes los votan. Ni mejores ni peores: idénticos a sus votantes. Así hemos pasado de la antigua Intelligen­tsia a los Stultorum contemporá­neos, y ya nadie distingue verdad de mentira. Y el poder jamás será popular, como nos venden, sino exclusivo, altanero y particular, como siempre. Propiedad distintiva de esa casta prepotente que es también dueña de nuestras tripas.

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