Premio Princesa de Asturias de las Artes
El Premio Princesa de Asturias de las Artes ha distinguido a dos de los más veteranos, grandes y prolíficos compositores, Ennio Morricone y John Williams, italiano uno, americano el segundo. Maestros que han puesto música a cientos de películas inmortales
Ennio Morricone y John Williams han hecho las mejores bandas sonoras.
SuenaSuena el teléfono y al otro lado de la línea se escucha la voz todavía jovial de Ennio Morricone. Resulta muy curioso que alguien de 91 años, que lleva toda la vida haciendo música, mantenga un timbre mucho más juvenil de lo que indica su partida de nacimiento. Debe ser una alquimia que las melodías le conceden a quien no ha dejado de jugar con ellas como un niño travieso. «Grazie, grazie», responde inmediatamente, desahuciando en la primera nota la fama de hombre tosco que se ha ganado durante años. «Le digo antes de nada que estoy muy agradecido a España por el reconocimiento», continúa. Solo unas horas antes le habían comunicado que este año recibirá el Premio Princesa de Asturias de las artes, junto a su colega John Williams.
Una pieza para piano y arpa
«¿Sabe? Los directores siempre me habían dicho que me iría bien, pero yo nunca me hubiera esperado que me fuera tan bien. He tenido reconocimientos de todo tipo, pero éste es el más grande de todos», prosigue, como si se desencadenara un «allegro». Entonces para y hace uno de esos silencios que para él son lo más valioso de las partituras. Le dieron el Oscar de honor en 2007, por fin ganó la estatuilla por la banda sonora de los «Odiosos ocho» en 2016 y tiene 27 discos de oro y siete de platino, suficientes para decorar un salón entero. El Princesa de Asturias es «uno de los más grandes que uno puede recibir», matiza el maestro. Dice sentirse «de verdad, muy sorprendido y muy emocionado».
Un discurso que le gustaría repetir en Oviedo el próximo octubre, cuando se entregan los premios. «Claro que intentaré ir. Pero entienda usted que el 10 de noviembre cumplo exactamente 92 años. Y también entenderá que una persona de 92 años se mueve con menos desenvoltura», sostiene. Lo dirá por las piernas, porque sus palabras siguen teniendo la misma cadencia. Espera llegar a tiempo, la promesa la mantiene, aunque de la cosa del virus ya no se hace responsable. Él perjura que se ha portado bien: «No he salido nunca, he estado todo el tiempo en casa con mi mujer». –Habrá escuchado mucha música, entonces.
–¿Escuchar música? Yo la música no la escucho, me la imagino y la escribo. Ahora estoy terminando una pieza para piano y arpa.
La cuarentena le ha servido para cumplir con dos de sus tareas pendientes: pasar más tiempo con su Maria y componer lo que él llama «música absoluta». Empezó haciendo canciones para la RAI en un bar mientras esperaba que su esposa saliera del trabajo y así surgió lo de las bandas sonoras, que en realidad fue un poco un engorro. Él pretendía que las sinfonías tuvieran sentido por sí mismas y, sobre todo, le gustaba hacer lo que le daba la gana. Siempre ha contado que componía sin ver las películas y que llegaba tan tarde a las entregas que los directores no le podían decir que no. El trabajo merecería la pena, cuando le encargaron más de 500. Muchas inolvidables, como la banda sonora de «La misión», «Novecento» o «Los intocables de Eliot Ness».
Aunque hay tres nombres que marcarían su carrera: Tarantino, Sergio Leone y Giuseppe Tornatore. A los dos primeros les gustaba tanto la marcha y tenían tantos truenos en la cabeza como Morricone. Leone, con quien había compartido pupitre en la escuela, creó el «spaguetti western» gracias a esos silbidos y esas pistolas chirriantes. Ambos disfrutaban del exceso. Tarantino simplemente perfeccionó el género. Pero lo de Tornatore es diferente. Lo suyo fue una historia más tierna, una amistad íntima. Morricone cuenta que con él se sentía vulnerable, el único al que él se rendía. Sólo así se entiende «Cinema paradiso», la banda sonora más hermosa que ha dado la historia del cine.