La Razón (Cataluña)

UNA DE LAS DOS ESPAÑAS HA DE CRIOGENIZA­RTE EL CORAZÓN

DIARIO DE UN VIEJO QUE LE GRITA AL TELEVISOR

- AMILIBIA

LaLa guerra está en las redes, ese nido de víboras, rencores y venganzas. Es difícil aislarse de su ruido. Y menos aquí, donde siempre hay alguien que quiere aislar a alguien. Dicen que Cs quiere aislar al frente PP-Vox, que Pedro Sánchez quiere aislar a Grande Marlaska de todos los virus de la venenosa derecha, que Ignacio Aguado quiere aislar a Díaz Ayuso en un ensayo para la moción de censura. Aguado, vice de la comunidad de Madrid, organizó una merendola con la izquierda madrileña en una mesa a la que no asistió la presidenta, Díaz Ayuso, porque no le gusta que se organicen picadas sin contar con ella para elegir las tapas. Y el vice se ha justificad­o: «Mejor una mesa que una trinchera». Pero las mesas también se convierten en trincheras, que aquí no desperdici­amos nada. Como ejemplo nada ejemplar, ahí está la mesa parlamenta­ria para la Reconstruc­ción, que hasta ahora sólo le ha dado una mano de pintura a las dos Españas para que no olvidemos que siguen con sus colores. Patxi López, presidente de la cosa, acabará pidiendo a sus señorías que, por favor, traigan de casa los guantes de boxeo, que el Congreso no tiene presupuest­o para nuevos. Y no hablemos de la mesa con Torra, que busca aislarse de España pero a la vez pretende que los turistas españoles no dejen de visitar sus playas. La pela es la pela. La pela une mucho y no conoce trincheras o las conoce tanto que las organiza ella misma, la pela. Ahí tienen a los dos ex ministros socialista­s, José Montilla y José Blanco, que se han atrinchera­do en las delicias del consejo de Enagás: 160.000 euros anuales por asistir a quince reuniones. Podrían formar el dúo Los Josés y cantar esta coplilla: «Ay, las giratorias puertas/ nos salvan de todo mal/ llueve la pasta a espuertas/ para la vida ideal». Hablando de trincheras, me viene a la memoria aquello que decía Pío Cabanillas padre cuando sentía cerca el fuego amigo en el Parlamento: «¡A las trincheras, que vienen los nuestros!». Santiago Segura, que tiene más de buenista que de torrentist­a, dice en un tuit: «Qué tristeza esta España de fachas y de rojos, de malos y buenos, de extrema derecha fascista o bolcheviqu­es bolivarian­os. Banderas, himnos, cacerolada­s, odio fratricida, mal rollo perpetuo. Concordia, entendimie­nto, armonía… Igual suena a

«La gran paradoja es que guste tanto aislar al adversario en un país donde casi nadie guarda las distancias de seguridad»

descafeina­do, pero son palabras necesarias». Pues va a ser que no, Santiago apóstol. En esta parroquia de nuestros pecados, esas palabras necesarias no están en su catecismo ni tan siquiera en su ADN. La prueba: a Segura le han tachado de equidistan­te, lo que, en un país que se embiste más que se piensa, equivale a facha. Así aíslan. El cordón sanitario. La gran paradoja es que guste tanto aislar al adversario en un país donde casi nadie guarda las distancias de seguridad. Pablo Motos, ya lanzado, confiesa que da miedo opinar porque nada más decir «buenos días» ya te llaman facha. Ana Rosa Quintana, a la que también tratan de aislar, recuerda lo que decía Julio César: «Amo la traición, pero odio al traidor», y añade que la política española comienza a parecerse a la antigua Roma con sus conspiraci­ones, pactos secretos y puñaladas por la espalda. Claro: Rufián quiere ser Cicerón; Pedro Sánchez, Julio César, e Irene Montero, Atenea, diosa de la sabiduría. A estas alturas, el corazón no se nos va a helar (Machado) porque ya lo tenemos criogeniza­do. Y al salir, cierre la puerta, porfa.

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