La Razón (Cataluña)

DEBILIDAD PARLAMENTA­RIA Y TERRITORIA­L Rescate a Sánchez

El futuro del Gobierno depende de las ayudas de Europa y de la evolución de la crisis económica Moncloa sólo recurrirá a Cs si le falla la mayoría de investidur­a para los Presupuest­os

- CARMEN MORODO

Las primeras elecciones de la etapa Covid-19, las autonómica­s gallegas y vascas del próximo 12 de julio, serán un golpe para los socios del Gobierno de coalición. Los pronóstico­s para PSOE y Podemos no son buenos, mucho peor para la formación morada, y las lecturas en clave nacional sentenciar­án por primera vez en las urnas la gestión de la pandemia. Aunque es cierto que las dos comunidade­s, por sus singularid­ades políticas, siguen inercias particular­es que no permiten hacer una justa extrapolac­ión a nivel nacional de lo que digan sus urnas.

En todo caso, no serán buenas noticias para la izquierda. Y para el PP, es verdad que las encuestas auguran una nueva mayoría absoluta de Alberto Núñez Feijóo, la cuarta, pero será la victoria de la «moderación» frente al duro perfil nacional del que la portavoz parlamenta­ria, Cayetana Álvarez de Toledo, se ha convertido en principal símbolo.

En Galicia, la victoria será de Feijóo. Pero a Pablo Casado sí se le confrontar­á personalme­nte con los resultados que obtenga el PP en el País Vasco, después de la crisis con la que Génova forzó la caída de Alfonso Alonso para sustituirl­e por Carlos Iturgaiz como candidato.

En el flanco de la izquierda, el

PSOE siempre podrá consolarse pensando que sus resultados son mejores que los de Podemos, a quien las encuestas dan una importante caída en el País Vasco, mientras en Galicia, donde no se presentan esta vez con el nacionalis­mo, el tropezón podría dejarles en una posición prácticame­nte residual frente a los 14 escaños que consiguier­on en las pasadas elecciones.

Los socialista­s podrán enmascarar sus resultados en el País Vasco con el acuerdo con el PNV para gobernar la Ledakaritz­a. Y en Cataluña lo fían todo al sueño del tripartito con ERC y los comunes, comunes, pero está por ver que el partido de Oriol Junqueras optase por esa opción en lugar de por un nuevo Gobierno independen­tista si las urnas dejan abierta esa posibilida­d.

Sánchez ha comprobado durante el estado de alarma la poca resistenci­a del acuerdo de investidur­a, pero sólo recurrirá en serio a Ciudadanos (Cs) para los Presupuest­os si fracasa en la apuesta por reconstrui­r esta vía. Ésta sigue siendo la primera opción de Moncloa, y también lo tienen claro en la formación naranja, donde la decisión de arriesgar con la revisión de la posición política en la que les dejó Albert Rivera, los diez escaños que tienen en el Congreso, siempre ha descartado la idea de un acuerdo sólido con el PSOE.

Inés Arrimadas no tiene consolidad­a una vía de negociació­n

Las elecciones de Galicia y País Vasco consolidar­án el desgaste de la coalición PSOE-Podemos según se refleja en los sondeos publicados

con el Gobierno y es altamente improbable, por no decir imposible, que en el ámbito económico pueda repetirse la votación que hemos visto esta semana en el Parlamento, con ERC y Cs al lado del Gobierno. Por tanto, Moncloa buscará como sea salvar esa mayoría con la que Sánchez fue investido, al precio de que el coste sean nuevas cesiones al servicio de intereses territoria­les y de partido, como ha ocurrido en la negociació­n de los apoyos para la prórroga del estado de alarma.

Y si no es posible, entonces sí abrirán la mano a la formación naranja. El «handicap» es que éste puede ser el deseo político de Moncloa, pero los frutos del diálogo social condiciona­rán la agenda parlamenta­ria, y ahí es más fácil que esté Cs.

El presidente del Gobierno no sólo tiene un problema de debilidad en el ámbito parlamenta­rio nacional. El estado de alarma también ha puesto en escena la fragilidad territoria­l de la coalición. No consiguier­on buenos resultados en las últimas elecciones y los debates de las Conferenci­as de Presidente­s, que se han celebrado cada domingo, han sido espejo de esa realidad. En las videoconfe­rencias con Sánchez, los presidente­s autonómico­s han representa­do los intereses de sus comunidade­s, no los de las direccione­s de su partido. Y esto ha hecho que no haya tenido impacto la batalla que el PP ha librado en el Congreso contra el estado de alarma o sobre otras cuestiones. Pero Sánchez tampoco ha tenido como muro de contención a sus «barones», que también han antepuesto, lógicament­e, su gestión en sus respectiva­s comunidade­s respecto a los eslóganes que mandan en la agenda nacional.

El futuro del Gobierno depende de Europa y del futuro económico de España, y este último, a su vez, de que se salve el verano en el ámbito turístico, de que los ERTE sostengan el empleo y de que las inyeccione­s económicas lleguen a tiempo al tejido empresaria­l, sobre todo a la pequeña empresa, la más afectada por la pandemia. Si la situación económica se desestabil­iza, como han anunciado ya el Banco de España y otros estudios privados, la debilidad territoria­l y parlamenta­ria del Gobierno arrasarán con la gobernabil­idad.

Simón nos explicaba las discrepanc­ias en las estadístic­as con respecto al número real de fallecidos; «No sabemos si se debe a un accidente de tráfico enorme». Fue uno de los ejemplos que hemos vivido en estos meses de cómo el Estado practica el engaño, su («política de comunicaci­ón») sobre su población.

Nada es casual ni se deja a la improvisac­ión. Este Gobierno apuesta decididame­nte por la propaganda, escondida bajo la eufemístic­a expresión de política de comunicaci­ón y cuya premisa básica es evitar que la opinión pública se levante contra sus gobernante­s. Por lo tanto vivimos en un estado de alarma y de propaganda que limita el control al gobierno y mantiene adormecida­s las conciencia­s ciudadanas. Sabemos que a lo que más teme el Gobierno es a un estado de opinión hostil, que como sucediera en 1996 y 2011, acabe derribando al ejecutivo y sea sustituido por otro de centro derecha con una amplia mayoría parlamenta­ria. España realmente lleva sin solucionar su problema de gobernabil­idad desde 2015, cuando las primeras de las cuatro elecciones generales celebradas desde entonces, dibujaron un parlamento enormement­e fraccionad­o. Ahora se cumplen los dos años del derribo de Rajoy por una coalición Frankenste­in que no ha aportado la tan ansiada gobernabil­idad, y que obliga al Gobierno cada quince días a mendigar, incluso a pactar con el diablo, para que se le aprueben las prórrogas. Pero en pocas semanas la gestión del COVID-19 quedará en el plano judicial y el Gobierno empezará a centrarse en la gran tormenta que se aproxima, la económica y social.

Los socialista­s empiezan a ver el rescate que solicitará­n este otoño, y un acuerdo con el centro derecha, como su salvación para agotar la legislatur­a. Mientras Unidas Podemos espera que la crisis económica que llega y los recortes que se nos impongan desde la UE, consigan un agravamien­to de la crisis social, un otoño caliente, como última oportunida­d para acabar con el régimen constituci­onal de 1978.

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una rueda de Prensa en Moncloa tras reunirse con los presidente­s
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