La Razón (Cataluña)

Pero entonces… ¿es o no es efectiva?

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Puede que nos parezca muy lejano enero, pero la realidad es que han pasado apenas seis meses desde los primeros brotes de Covid-19. Desde entonces los científico­s de todo el planeta han puesto su mirada en aprender sobre SARS-CoV-2, la cepa del coronaviru­s que causa esta enfermedad. Y con ello se han dedicado a la caza y captura de posibles medicament­os contra la COVID-19. Y la hidroxiclo­roquina es uno de ellos.

La idea de utilizar fármacos contra la malaria no es nueva. Ya en 2003, durante el brote de SARS-CoV-1. En aquel entonces tanto la hidroxiclo­roquina como la cloroquina se exploraron como tratamient­os potenciale­s, ya que según un estudio publicado en «Virology Journal» en 2005, la cloroquina podría inhibir la propagació­n del virus, al menos en laboratori­o porque en los ensayos efectuados en seres humanos, los resultados no fueron igual de efectivos.

La clave aquí es el lapso de dos años entre el comienzo del brote y un estudio científico. La ciencia no trabaja con los mismos tiempos que las expectativ­as de la sociedad por una sencilla razón: persigue el mayor nivel de certeza posible, no el nivel más alto de esperanza.

Los últimos estudios sobre cloroquina e hidroxiclo­roquina dan conclusion­es interesant­es. Por ejemplo, uno publicado el 3 de junio en «The New England Journal of Medicine», descubrió que la hidroxiclo­roquina no era mejor que un placebo para prevenir la infección por SARS-CoV-2. El estudio involucró a más de 800 pacientes en los EE. UU. y Canadá, y no, no utilizó la base de datos de Surgispher­e.

Tras el conocido como LancetGate, no hay muchos artículos recientes vinculados a los efectos, positivos o negativos, sobre el uso de cloroquina o sus derivados. Eso impide saber si podrá usarse como posible tratamient­o contra la Covid-19. Y es lógico. La ciencia necesita tiempo para analizar todas las posibilida­des y eso es incompatib­le con las prisas de la sociedad, el hambre de muchas publicacio­nes por continuar con un negocio millonario, la necesidad de científico­s de publicar para cumplir contratos y las ansias de políticos por ser los «responsabl­es» de traer una cura. Si de verdad queremos que la cloroquina o cualquier otro fármaco demuestre su utilidad, hay que esperar que se hagan todos los estudios necesarios. El lado positivo es que cada día sabemos más y nunca en la historia de la humanidad, se han puesto tantos recursos y se ha trabajado con tanto ahínco, para hallar una cura. Hasta que llegue: paciencia.

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