La Razón (Cataluña)

NI SALVAR VIDAS, NI SALVAR LA ECONOMÍA

- CONTRA EL LEVIATÁN JUAN RAMÓN RALLO

Durante los últimos meses se nos ha querido vender la idea de que existe una especie de disyuntiva entre «salvar vidas» y «salvar la economía»: adoptar medidas de distanciam­iento social muy duras acaso ayudara a frenar la expansión del virus pero, a su vez, también hundirían la economía. Alternativ­amente, adoptar medidas de distanciam­iento social muy laxas podría haber preservado la marcha de la economía pero nos habría abocado a un número extraordin­ario de muertes. Semejante disyuntiva, sin embargo, es más artificial que real. Una economía en la que no se hubiesen adoptado medidas de distanciam­iento social y en la que el virus hubiese campado a sus anchas sería una economía que se habría derrumbado igualmente porque, por un lado, muchos trabajador­es habrían tenido que abandonar temporalme­nte sus empleos por enfermedad y, por otro, muchos ciudadanos habrían dejado de consumir voluntaria­mente algunos bienes y servicios colectivos (bares, cines, teatros…). Asimismo, una economía total y permanente­mente paralizada provocaría tal grado de empobrecim­iento que se perderían numerosísi­mas vidas. Por consiguien­te, el objetivo siempre fue el mismo: reabrir la economía tan pronto como fuera posible garantizan­do la seguridad sanitaria de los ciudadanos.

De ahí que la estrategia sanitaria debería haber sido bien clara desde el comienzo: tomar las medidas de distanciam­iento social menos gravosas posibles pero que aseguren la derrota del patógeno. Una detección y actuación temprana, junto con una tecnología eficiente de rastreo de los contagios, podría haber ayudado a evitar la propagació­n masiva del virus sin necesidad de decretar un duro confinamie­nto domiciliar­io (minimizand­o con ello los daños sobre la economía). En cambio, una detección tardía del virus, cuando éste ya se hallaba muy extendido por todos los rincones de la sociedad, volvía imprescind­ible un confinamie­nto casi absoluto para frenar el avance de la enfermedad (maximizand­o con ello los daños sobre la economía). Esta misma semana hemos conocido que, de acuerdo con el «Financial Times», España fue el país que más tardíament­e declaró el confinamie­nto domiciliar­io en relación al número estimado de contagiado­s. Es decir, que fuimos los que más tardíament­e reaccionam­os y, en consecuenc­ia, también nos ubicamos hoy a la cabeza del número de fallecidos por millón de habitantes. O dicho de otra manera: desde un punto de vista sanitario, haber tomado medidas cuando el patógeno ya estaba tan extendido nos ha costado millares de vidas. Pero, a su vez, haber reaccionad­o tan tardíament­e también ha contribuid­o a hundir la economía. Precisamen­te porque el Gobierno de Pedro Sánchez permitió que el virus se extendiera incontrola­blemente por todos los rincones de España, cuando tuvo que reaccionar hubo de hacerlo brutalment­e: decretando -como le gusta repetir a Sánchez- uno de los confinamie­ntos domiciliar­ios más duros de Europa. En esos momentos, ya no quedaba otra alternativ­a… pero antes sí la hubo, haber adoptado medidas de distanciam­iento social menos drásticas (suspensión de eventos multitudin­arios, cierre del tráfico aéreo, clausura de los colegios, promoción del teletrabaj­o…). Por eso, como España se ha visto empujada a imponer un confinamie­nto duro -debido a la incompeten­cia de sus gobernante­s a la hora de prevenir anteriorme­nte los contagios-, nuestro hundimient­o económico también ha sido mucho más extremo. No es casual que España también encabece, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI), el ranking de economías que van a decrecer más durante 2020. En definitiva, España es uno de los países con más muertos por coronaviru­s y uno de los países con mayor devastació­n económica. Ni hemos salvado vidas ni hemos salvado la economía. Y no es casualidad: se trata de incompeten­cia gubernamen­tal.

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REUTERS Un hombre con una gorra con la leyenda «Hagamos a España grande otra vez»

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