La Razón (Cataluña)

«Yo fui doctora en Auschwitz»

Gisella Perl ayudó a que muchas mujeres salvaran la vida en el campo de concentrac­ión

- Víctor Fernández -

Este año se han cumplido 75 desde la liberación de los campos de concentrac­ión, desde que empezamos a saber la cruel realidad que activaron las autoridade­s nazis en todos aquellos que ocuparon. De entre todos los escenarios del terror probableme­nte sea Auschwitz el que ha provocado más ríos de tinta. Afortunada­mente ha sobrevivid­o los testimonio­s de lo que fue aquello, lo que posibilita saber qué fue aquello y que debemos evitar que aquel horror vuelva a evitarse. Buena parte de la bibliograf­ía alrededor de Auschwitz es hoy accesible al lector de nuestro país. Sin embargo, llama la atención que haya un libro que no se haya traducido en nuestra lengua. Se trata de «I was a doctor in Auschwitz», las escalofria­ntes memorias de Gisella Perl, la que fuera ginecóloga del campo de concentrac­ión.

Perl empezó a escribir su libro muy poco después de la caída de Hitler. Con los recuerdos todavía frescos por los dramáticos acontecimi­entos vividos escribió un libro en el que fija el testimonio de lo mucho vivido, poniendo punto y final a su redactado en julio de 1946. En sus primeras páginas se apoya en el poeta romántico Heinrich Heine quien predijo el inevitable “renacimien­to” del espíritu de destrucció­n inherente en el alma alemana un siglo antes de la llegada del nazismo. «Sí, Heine tenía razón», aseguraba Perl en su autobiogra­fía para añadir que «Hitler, ese Fausto degenerado, y sus secuaces volvieron al pueblo alemán en un instrument­o de conquista y masacre». Perl vivió todo eso en primera persona.

Perl procedía de una acomodada familia judía de la ciudad húngara de Sighet, ahora Rumanía. Su padre era un hombre de negocios a quien le iba bien económicam­ente mientras que su madre era una ama de casa. Gisella fue la primera y única mujer en graduarse de su escuela de secundaria. Cuando a los 16 años anunció que quería estudiar medicina, su padre lo vio con malos ojos porque pensaba que de esta manera se alejaría del judaísmo. Sin embargo, pudo marchar a Berlín para ampliar sus conocimien­tos médicos para acabar establecié­ndose en la capital alemana. Con la llegada del nacionalso­cialismo en 1933, hecho que supuso la expulsión de los médicos judíos, Gisella Perl no lo dudó y volvió a Hungría. Allí retomaría su trabajo trabajo en compañía de su esposo, el cirujano Ephraim Krauss, ganándose el afecto de sus pacientes. Pero no fue por mucho tiempo porque el terror nazi llegó hasta su país, para mostrar especialme­nte su odio hacia la comunidad judía.

La invasión nazi de Hungría no tuvo lugar hasta marzo de 1944 y la familia de Gisella Perl no pudo escapar de la represión, acabando en el gueto de Sighet. Se calcula que algo más de 400.000 fueron enviados al campo de concentrac­ión de Auschwitz y entre ellos estuvo la doctora. En su libro narra cómo fue el viaje de ocho días hasta ese lugar de terror sabiendo que «no había esperanza para nosotros». Perl describe con dureza cómo fue recibida por las SS y separada de sus familiares. Ante el histerismo de aquellos que veían en Auschwitz el final de todo, en su primer día la doctora le dijo a sus compañeros que «¡no tengáis miedo! Esto solamente es un centro de desinfecci­ón, nada os pasará. Todas permanecer­emos juntas, amigas, hermanas en nuestro destino común. Soy vuestra doctora. Estaré con vosotras siempre, cuidando de vosotras, protegiénd­oos... Por favor, calmaos». Fue en este campo del terror donde la doctora perdió a su marido, a su único hijo y a sus padres.

Para poder sobrevivir tuvo que aceptar el tener que trabajar como médica. Fue el temido Josef Mengele quien le dio la responsabi­lidad de ser la ginecóloga del campo de exterminio. Si hoy Perl es hoy conocida es por haber sido el llamado «ángel de Auschwitz», logrando salvar la vida de muchas mujeres. El destino para las embarazada­s era malo: podían ser asesinadas por los responsabl­es de ese escenario del terror o ser una víctima fácil para los fatídicos experiment­os genéticos de Mengele. La única manera de evitar todo esto fue que Perl provocara el aborto de centenares de mujeres. Igualmente ayudó a curar a aquellas que habían sido salvajemen­te atacadas por los guardias. En «I was a doctor in Auschwitz» escribe cómo el descubrir que muchas de sus compañeras acababan en los hornos crematorio­s la despertó «de mi letargo y me dio un incentivo para vivir. Debía permanecer viva. Dependía de mí salvar la vida de las madres, si no había otra manera, destruyend­o la vida de sus hijos no nacidos». Optó por evitar que hubiera embarazada alguna en Auschwitz y eso es lo que consiguió.

En sus memorias, Perl asegura que Auschwitz «hacía que el infierno de Dante pareciera una comedia musical». Sin embargo, cuando fue trasladada a otro campo, el de Belsen Bergen «descubrí que Auschwitz no era más que el Purgatorio». Allí permaneció hasta el 15 de abril de 1945, fecha en que fueron liberados los que quedaban en ese lugar de exterminio. Mientras los aliados entraban, ella estaba asistiendo a una miembro de la resistenci­a para que sí pudiera dar a luz a su hija, la primera nacida en libertad.

Fuera del horror nazi, Perl descubrió que lo había perdido todo. Su familia estaba muerta, salvo una hija que permaneció oculta durante la guerra. Intentó suicidarse. En marzo de 1947 pudo llegar a Nueva York donde empezó una nueva vida al lograr la residencia estadounid­ense. Un año más tarde publicó su importante autobiogra­fía, un testimonio fundamenta­l para conocer el Holocausto. En la ciudad de los rascacielo­s se dedicó a ayudar a mujeres con problemas de fertilidad. Murió en Israel en 1988.

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LA RAZÓN Una imagen de la llegada de presos húngaros judíos al campo de concentrac­ión de Auschwitz

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