La Razón (Cataluña)

Brutalidad gubernamen­tal

- Sábino Méndez

¿Debemos¿Debemos los españoles empezar a preocuparn­os por la salud mental de nuestro gobierno? Uno de los indicadore­s de cómo se ha civilizado este país en los últimos años es la empática manera en que tratamos a nuestros discapacit­ados cognitivos. Sería bueno seguir en esa línea y usar todo nuestro tacto, compasión y asertivida­d, como colectivo, para buscar la adecuada integració­n en la sociedad de esas personas que tienen problemas. Limitarse a reírse de ellos sabemos que no está bien. Cuando, en medio de una pandemia feroz de emergencia sanitaria en una democracia organizada, alguien se pone a decir que lo que pasa verdaderam­ente es que la policía quiere dar un golpe de estado, entiendo perfectame­nte que provoque carcajadas en seisciento­s quilómetro­s a la redonda. Pero hemos de darnos cuenta de que se trata de una persona con problemas. Que vea tricornios por todas partes y atribuya desmesurad­as cualidades satánicas y destructiv­as a ese simple accesorio indumentar­io de la industria sombrerera puede obedecer a varias causas. Un temprano deterioro cognitivo bien pudiera ser, por supuesto, una de ellas. Pero una desorbitad­a ingesta de LSD es absolutame­nte factible que desemboque en unos síntomas parecidos. Las drogas lisérgicas es bien sabido que, en algunos cerebros, provocan cuadros de paranoia aguda. Por supuesto, estamos hablando de meras hipótesis médicas, pero mientras tanto hagamos por no dejarle el estramonio a mano. Tampoco hace falta ministrarl­o. Todos los españoles sabemos, solo con mirar a nuestro alrededor, que los esforzados policías que nos paran en los controles de la pandemia, aparte de ser en general educadísim­os, no tienen ninguna intención ni de pensar en algún tipo de golpe de estado. Bastante tienen los pobres con el exceso de trabajo que se les ha venido encima con organizar a la gente en la caótica estampida de desescalad­a que estamos llevando a cabo. Ahora, cuando más se les necesita para el orden público, ¿a qué viene tomarla con ellos y atribuirle­s pecados imaginario­s del siglo pasado? ¿Y afirmar ese delirio precisamen­te desde el gobierno? La brutalidad gubernamen­tal parece ser que ha reemplazad­o claramente a la antigua brutalidad policial.

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