Esas causas justas en lejanas tierras
Madrid y Barcelona, como otras ciudades de Europa, han sido escenario de manifestaciones de protesta por la muerte en Mineápolis de George Floyd, a manos de un policía blanco. Un caso más de los varios que se producen en un país como Estados Unidos, donde pervive un racismo funcional contra la minoría negra. En otras circunstancias, tal vez, el asunto se hubiera despachado sin demasiado ruido, pero la combinación de la crisis pandémica, con decenas de millones de parados; la imprudencia de un presidente populista como Donald Trump, incapaz de medir sus palabras, y la brutalidad de la muerte en directo de un hombre que suplica merced porque no puede, literalmente, respirar, ha provocado una sacudida social como no se había visto desde el asesinato de Luther
King. Como casi todo lo que se genera en Estados Unidos, la onda expansiva de la reacción ha traspasado las fronteras en un movimiento de solidaridad general que copia gestos, lemas y actitudes ajenas. Ahora todos somos Floyd, sí, incluso en países como el nuestro, donde la muerte cotidiana en el mar de inmigrantes africanos nos deja, a fuerza de goteo, indiferentes. Y, sin embargo, es bueno protestar, aunque sólo sirva para que en Washington se den cuenta de que tienen un problema grave con la formación profesional, ética y técnica de muchos de sus cuerpos de Policía. Un problema que tiene solución. El otro, el del racismo, me temo que no.