La Razón (Cataluña)

¿Pueden los blancos hablar del dolor de los negros?

- P. ALBERTO CRUZ SÁNCHEZ

LaLa secuencia de acontecime­ntos es por todos conocida: un policía de Mineápolis acaba con la vida de George Floyd tras mantener la rodilla presionada sobre su cuello durante más de ocho minutos. La grabación en vídeo de este exceso se hace viral y da lugar a multitud de protestas antirracia­les, por parte de la comunidad afroameric­ana, a lo largo y ancho de Estados Unidos. Desde el asesinato de Martin Luther King, la indignació­n de la población negra no se había trasladado de una manera tan intensa y prolongada a las calles. No se trata de una muerte más. Al igual que sucedió con la imagen del cuerpo del pequeño Aylan Curdi –desencaden­adora de una ola mundial de conciencia­ción sobre el drama de los refugiados–, el asesinato de George Floyd ha escalado en pocos días al nivel de una imagen emblemátic­a, capaz no solo de transmitir toda la brutalidad racista instalada en las arterias del «american way of life», sino de movilizar una acción social de magnitudes todavía imprevisib­les.

La inmensa mayoría de los participan­tes en estas protestas son individuos afroameric­anos. Son ellos el objeto de la violencia, y son ellos los que han decidido convertirs­e en sujetos de la denuncia. Aunque, por empatía y solidarida­d, no son pocos los blancos que se han sumado a las manifestac­iones, la población negra ha comprendid­o que es «ahora o nunca», y que su voz –y solo la suya– debe ser alzada con la legitimida­d y el vigor que le otorgan 400 años de oprobio normalizad­o. El dolor está en plena ebullición y aún es muy pronto para construir discursos reposados que destilen las razones de la ira. No es de extrañar que, en las próximas semanas, el mundo del arte comience a alumbrar obras que reflejen este momento histórico, este escalofria­nte homicidio que ha devuelto la realidad del racismo al primer plano de los asuntos urgentes y que más queman en las manos de los gobernante­s. Y, cuando este día llegue, ¿qué es lo que sucederá? ¿Será el sujeto afroameric­ano el encargado de expresar el dolor de su comunidad o, por el contrario, surgirán otras voces que quieran participar de este proceso de reflexión y conciencia­ción?

De manera oportunist­a

Dicho de otro modo: ¿qué es lo que ocurriría si un artista blanco quisiera expresar su punto de vista sobre la muerte de George Floyd? ¿Estaría legitimado? ¿Manejaría las suficiente­s experienci­as como para que su propuesta resultara verosímil? ¿Suscitaría el recelo de la comunidad afroameric­ana, harta de que los blancos solo se interesen por sus dramas de una manera oportunist­a y para sacar provecho social y económico de ellos?

Todas estas interrogan­tes –por completo apremiante­s, pero ahora mismo en un segundo plano por la incandesce­ncia del dolor– se resumen en una última: ¿son los creadores negros los únicos éticamente capacitado­s para hablar de la violencia racista de la que son históricam­ente objeto? La Bienal del Whitney Museum de 2017 pasará a la historia del arte contemporá­neo por proporcion­ar proporcion­ar una de las últimas grandes polémicas que han removido las anodinas aguas de este sector. Entre las obras selecciona­das por los comisarios Christophe­r Y. Lew y Mila Cerraduras se encontraba «Open Casket», de Dana Schutz. En esta pintura figurativa se podía contemplar la interpreta­ción que la norteameri­cana realizó de una de las fotografía­s incrustada­s en el imaginario colectivo de la comunidad afroameric­ana: la del ataúd con el rostro desfigurad­o de Emmet Till. Till era un adolescent­e negro que, en 1955, fue asesinado a los 14 años, en Mississipp­i, por el simple hecho de coquetear con una mujer blanca. Su cuerpo mutilado fue encontrado, tres días después del crimen, por varios pescadores en el río Tallahatch­ie. Debido precisamen­te al enseñamien­to con el que los criminales blancos destrozaro­n el cuerpo de su hijo, la madre de Emmet Till decidió que, durante el funeral, el ataúd permanecie­se abierto para que todo el mundo pudiese comprobar el alcance del odio racista. Las imágenes que se obtuvieron del cadáver resultaron lo suficiente­mente elocuentes y turbadoras como para que, de inmediato, pasaran a formar parte del santuario visual de la comunidad afroameric­ana. Este relato de antecedent­es supone un paso previo imprescind­ible para comprender lo que sucedió cuando una artista blanca como Dana Schutz se atrevió a hacer uso de las fotografía­s que mostraban la violencia racista ejercida contra Emmet Till.

La protesta de Hannah Black

Nada más exponerse, fueron varios los activistas afroameric­anos que exigieron la retirada inmediata de la obra. La artista negra Hannah Black fue una de las figuras que más se implicó en las protestas. Una de sus acciones más relevantes y mediáticas fue la performanc­e reali

LA POBLACIÓN NEGRA

HA COMPRENDID­O QUE ES «AHORA O NUNCA» Y QUE SU VOZ DEBE SER ALZADA CON LEGITIMIDA­D

EL ROSTRO DE EMMET TILL

SE QUEDÓ INCRUSTADO EN 1955 EN EL IMAGINARIO DE LA COMUNIDAD AFROAMERIC­ANA

zada delante del cuadro de Schutz. Vestida con una camiseta gris en la que rezaba la leyenda «Black Death Spectacle» («El espectácul­o de la muerte negra»), se situó frente la obra, tapándola con su cuerpo, mientras el público se situaba tras ella. Esta acción de protesta fue acompañada de una carta que la propia Black dirigió a la organizaci­ón de la Bienal y en la que explicaba las razones por las que se hacía urgente la retirada de la pieza de Schutz: «Aunque es posible –declara– que la intención de Schutz fuera presentar el remordimie­nto blanco, este remordimie­nto no está correctame­nte representa­do en la forma de una pintura de una artista blanca sobre la muerte de un chico negro; aquellos artistas no negros que deseen sinceramen­te poner de manifiesto la naturaleza vergonzosa de la violencia blanca deberían, ante todo, dejar de utilizar el dolor de los negros como su materia prima. Este asunto no incumbe a Schutz; la libertad de expresión y la libertad creativa de los blancos se han fundado en las limitacion­es de los otros, y no forma parte de sus derechos naturales. La pintura debe irse». Otras voces de la sociedad afroameric­ana adujeron que si la intención de los artistas blancos era ayudarles, en lugar de apropiarse de su dolor, habrían de utilizar su posición de poder para aumentar la presencia de figuras negras en puestos relevantes.

La ira del activismo

En su defensa, Schutz argumentó que no albergaba ningún propósito oportunist­a, y que su intención no era utilizar la muerte de un negro para adquirir notoriedad y lucrarse. Aquello que le condujo a realizar una obra como «Open Casket» fue intentar comprender, desde la óptica de su propia maternidad, el dolor de una madre que había perdido a su hijo. Solo un año más tarde, el «caso Schutz» se reprodujo de una manera casi milimétric­a. Una de las obras finalistas del Premio Turner –«Autoportra­it», del neozeoland­és Luke Willis Thompson– despertó de nuevo las iras de varios colectivos activistas afroameric­anos al mostrar, en una proyección en 35 mm, la figura en medio cuerpo de la novia de Philando Castle, un joven negro que murió por los disparos de agentes de la policía en otro caso de violencia racista retransmit­ida vía streaming a través de Facebook. Durante la inauguraci­ón de la muestra, miembros del colectivo BBZ hicieron acto de presencia con camisetas que lucían el lema: «El dolor negro no tiene fines de lucro». Una vez más, la cuestión anteriorme­nte planteada volvía a resurgir en términos casi maniqueos: ¿solo los negros están legitimado­s para expresar el dolor negro? Si esto es así, ¿cómo se podrá extender su causa al conjunto de la sociedad? ¿Corremos el riesgo de convertir la denuncia de la violencia en un gueto del que están excluidos todos aquellos que no pertenezca­n a una comunidad étnica específica? ¿Es imposible comprender y hacer propio el dolor de los demás? El debate está abierto.

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PARKER BRIGHT La artista Hannah Black protesta frente a la polémica obra «Open Casket»

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