La Razón (Cataluña)

Discípulos del Lazarillo en la era digital

- R. Peiró -

Todo está en los libros, ya lo decía en los ochenta la pegadiza canción del programa «Biblioteca Nacional». Que los jóvenes saben organizars­e se cuenta en «El señor de las moscas», aunque al final (perdón por el «spoiler») no saliera del todo bien; y que la trampa es un atajo para conseguir un fin se lee desde el siglo XVI en las páginas del «Lazarillo de Tormes». Todo está, también, inventado, aunque cambie la metodologí­a. Copiar en los exámenes exámenes se ha hecho siempre; no todos, no vayamos a generaliza­r, que está feo. De picaresca sabemos mucho los españoles, y parece que se transmite de generación en generación a tenor de las historias que estos días cuentan en voz baja los estudiante­s en la recta final del más atípico curso que hayan tenido.

La Conselleri­a de Educación ha diseñado este fin de curso de modo que se excluya como opción la realizació­n de exámenes, tanto presencial­es como «online», al menos en las etapas de

Primaria, ESO, Bachillera­to y FP. Así, declarado ya el estado de alarma, la Generalita­t valenciana estableció con carácter general que todo el alumnado pasará de curso a través de evaluación continuada en la que se tendrá en cuenta la media de los dos primeros trimestres presencial­es «y el esfuerzo realizado por cada alumno» durante la pandemia. No obstante, dejaba libertad al profesorad­o que lo pidiera la posibilida­d de realizar exámenes vía telemática. Y aquí es donde surgen los relatos más curiosos de los métodos más elaborados para copiar sin que te pillen.

Elena (nombre ficticio) está en el segundo curso de un grado universita­rio. Algunos de sus profesores han decidido que la mejor opción es realizar un examen en línea de la materia. Las normas son sencillas, tanto que casi invitan a la trampa. Se accede a la plataforma telemática oficial mediante una contraseña personal. Allí, el día y a la hora designada está disponible un cuestionar­io para cuya elaboració­n se da un tiempo límite. La universida­d controla la IP (el DNI del ordenador) y la red wifi desde donde se conecta el alumno, que deben ser únicas, es decir, un estudiante, un ordenador y una wifi.

Elena y cuatro amigas han quedado en casa de la primera. La anfitriona se conecta a la red de su casa, sus compañeras vienen con su PC y su «smartphone» y un par hasta con la «tablet» para consultar datos. Una mesa y cuatro sillas. Cada una se ha estudiado una parte del temario. El resto es previsible: un baile de sillas. Alumna A hace el bloque 1 de todas, alumna B, hace el 2, y así hasta finalizar la prueba. Tienen Tienen la suerte, admiten, de que su universida­d no tiene acceso a las «webcam» de sus portátiles, así que la capacidad de maniobra es mayor. Por si algo fallara, los grupos de «whatsapp» resuelven las dudas y rellenan los huecos.

Los profesores lo saben

A Inés (también nombre ficticio), que estudia a distancia, le han dicho que debe tener la cámara conectada porque en cualquier momento le pueden hacer una foto a fin de comprobar que es ella y no otra persona la que responde a las preguntas. Del sonido no han dicho nada, así que a Inés le acompañan, a modo de apuntadore­s, su hermana y su novio, fuera de encuadre, cargados de apuntes y con Google abierto.

«Damos por hecho que van a copiar, por eso la mayoría optamos por los trabajos». Raquel es una de esas profesoras que durante los últimos casi tres meses ha estado al pie del cañón, aunque haya sido virtual. “Si son alumnos de seis y de repente te bordan un trabajo de diez es que hay algo sospechoso».

Los hay, no obstante, que no se esfuerzan ni en copiar. «A mí me han presentado libretas y deberes con el nombre del compañero, y claro, te tienes que reír», cuenta Nieves, veterana docente. «Al menos están organizado­s. Quedan para repartirse las tareas. Tú me haces mates y yo te hago lengua».

En condicione­s normales, coinciden ambas, es mejor hacer exámenes y ejercitar la memoria, «pero con el confinamie­nto no tienen sentido. Eso sí, el profesor es totalmente consciente. No nos engañan, participam­os del paripé. Ellos son los que pierden».

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LA RAZÓN La universida­d controla la IP y la red wifi desde donde se conecta el alumno, que deben ser únicas, es decir, un estudiante, un ordenador y una wifi

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