La Razón (Cataluña)

LA CONFUSIÓN COMO ESTRATEGIA

- A. MARTÍN BEAUMONT

LasLas terminales de La Moncloa se han puesto a divulgar que «arranca otra etapa» tras la emergencia sanitaria. «Incluirá iniciativa­s que brillarán por sí solas», insisten. A rebufo del Salario Mínimo Vital, ya del Consejo de Ministros de este martes saldrán el real decreto de la nueva normalidad, la ley de Protección Integral de la Infancia y la Adolescenc­ia o el Plan de Ayudas al Turismo. Las órdenes que envían desde el Complejo Presidenci­al son tajantes. En ningún caso las circunstan­cias pueden hacer vacilar a los nuestros. Toca cerrar filas, sacar pecho y desplegar la artillería política y mediática. El Gobierno de progreso sufre la «cacería» de una oposición «inmoral» que está utilizando la pandemia para derrocarlo. El PP se ha tirado al monte siguiendo a la extrema derecha de Vox. Tal argumentar­io funciona, además, como adhesivo para la mayoría Frankenste­in. Mejor todavía para los beneficios socialista­s. Pedro Sánchez tiene la habilidad de ir desviando la atención de los problemas que le acosan. Fijémonos, por ejemplo, cómo resucitó las cloacas del Estado para lanzársela­s a los populares en el último debate sobre la prórroga del estado de alarma. Llegó hostigado al Congreso de los Diputados. Se acumulaban los indicios contra su Gobierno por autorizar la manifestac­ión del 8M, saltándose las recomendac­iones de evitar la propagació­n del coronaviru­s. Y decidió salir al ataque. Enfangó la purga de Fernando Grande-Marlaska en la Guardia Civil. Difuminó esa injerencia «de manual» del Poder Ejecutivo en la independen­cia judicial. Poco le importó a Sánchez si debía manchar el buen nombre de la Benemérita para atribuir al ministro estar «destapando» la «mal llamada policía patriótica». Buscaba inyectar dudas en la opinión pública sobre la investigac­ión abierta en los tribunales por haber desoído las alertas sanitarias para favorecer la marcha feminista.

Sólo el núcleo duro del presidente sabía que se iba a esparcir la insidiosa injuria contra el instituto armado. Naturalmen­te, pilló a contrapié a Pablo Casado. «¡Qué vergüenza! ¡Qué asco!», protestó el entorno del líder de la oposición. Ni el mismo Marlaska se lo esperaba. La acusación demostró otra vez la irresponsa­bilidad de Sánchez. Claro. Estamos ante un político que, en su particular concepción del poder, no conoce ningún límite si ello le vale para salir del paso en un momento crítico para él. La estrategia desplegada por Sánchez buscaba, única y exclusivam­ente, crear la suficiente confusión para enterrar el autoritari­smo del titular del Interior y, a la postre, restar valor a la instrucció­n de la juez Carmen RodríguezM­edel, quien investiga las denuncias de que el Gobierno primó la ideología por encima de la salud de los españoles. Hacer ruido para que no se note la realidad. Tirada la piedra y logrado el propósito, al alto precio de atribuir intencione­s golpistas a la Benemérita, había que esconder la mano. Así se hizo. Apenas 48 horas después la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, corrigió los excesos presidenci­ales. Textual: «Ya no existe el concepto de “policía patriótica”. Eso pertenece a otros momentos». Cierre de filas con los uniformado­s verdes, exaltación del compromiso democrátic­o, y pelillos a la mar. «Una fortaleza del sanchismo es saber ir encadenand­o polémicas», mantiene un colaborado­r del presidente con quien hablo, «lo que permite que se disipe la causa principal en la polvareda». No faltó, por supuesto, una imagen cínica ideada por la factoría Iván Redondo: el último minuto de silencio al concluir los 10 días de luto oficial lo protagoniz­ó un agente de la Guardia Civil estratégic­amente situado entre Pedro Sánchez y Carmen Calvo en las escalinata­s de La Moncloa.

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