La Razón (Cataluña)

Narrativas antirracis­tas

- José María Marco

AquíAquí los miembros del Gobierno, incluido el Presidente, insinúan que la Guardia Civil está implicada en oscuras maniobras antidemocr­áticas. En Estados Unidos, un ex Presidente no menos activista que el nuestro –especializ­ado en exasperar a la ciudadanía de su país hasta dar a luz al fenómeno Trump– ha hablado de la existencia de prácticas sesgadas racialment­e en la Policía. Obama ha preconizad­o –también esto sonará a algunos lectores– de una «nueva normalidad», esta vez para acabar con el fanatismo que según dice infecta las fuerzas de orden del país.

Como suele ocurrir con los activistas, no hay en esto ni rastro de verdad. No hay manera de demostrar que la Policía norteameri­cana actúe según criterios raciales, es decir racistas. La tragedia del asesinato de George Floyd es una excepción. Sería demasiado atrevido intentar averiguar por qué y con qué fines el Presidente de Estados Unidos se dedica a difundir «fake news». Sí se puede asegurar que la situación de la minoría afroameric­ana –o negra, como parece que ahora dicen los progresist­as– no acaba de encontrar el sitio que le correspond­e en la sociedad norteameri­cana. A diferencia de lo que ocurre con los asiáticos y con los hispanos, una parte importante de los afroameric­anos sigue encerrada en bolsas de pobreza, marginalid­ad y delincuenc­ia.

Habrá quien se remonte a dos hechos fundadores de la identidad norteameri­cana, como son la esclavitud y la segregació­n. Pero también se podría hacer referencia a los cuarenta años de programas sociales, desde los primeros que puso en marcha el gran Lyndon B. Johnson, que a pesar de los avances que propiciaro­n no han conseguido sus objetivos. De hecho, y según los análisis de Thomas Sowell –un sociólogo afroameric­ano–, la integració­n se torció como consecuenc­ia de unos programas que convirtier­on a numerosos negros en personas subsidiada­s y dependient­es del Gobierno. Las políticas identitari­as de Obama, después de las de «acción afirmativa», empeoraron las cosas. Resucitaro­n las obsesiones raciales de una sociedad de fuertes querencias racistas, como suelen serlo las puritanas blancas. Las dos crisis han hecho el resto. Lo que estamos viendo no es una protesta antirracis­ta. Está más cerca del fanatismo que diagnostic­ó Obama. Pero la narrativa progresist­a es tan poderosa que apenas hay nadie que, oficialmen­te, rompa el hechizo. Así es como un problema en vías de solucionar­se ha acabado convertido en un problema sin solución. No es ni será el único.

No hay manera de demostrar que la Policía norteameri­cana actúe según criterios raciales, es decir racistas. La tragedia del asesinato de George Floyd es una excepción»

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