La Razón (Cataluña)

Jon Savage publica «La biografía definitiva» de Joy Division y descubre la relación de Ian Curtis con la política

En el 40 aniversari­o de la muerte de Ian Curtis, Jon Savage publica en España la llamada «biografía definitiva» de la banda con detalles sobre el carácter de los de Manchester, unas memorias colectivas que hablan de la adscripció­n política de Ian Curtis o

- ULISES FUENTE - MADRID

DeDe todos los grupos de la historia, Joy Division son segurament­e el más fantasmal que haya existido. Por su corta vida, por lo escaso de los materiales gráficos y sonoros que dejaron juntos, por el fatal destino de Ian Curtis, el genio que hace ahora 40 años se suicidó colgándose en la cocina. Otra cosa que tienen los fantasmas es que hablan muy poco. Y los integrante­s de Joy Division se comportaba­n como un grupo de espectros los unos con los otros. Eran amigos, formaban una familia, pero realmente nadie sabía cómo se sentía el resto. Ni qué pensaban. Por eso, además de por su enorme importanci­a musical, se ha escrito tanto sobre ellos y el interés no decrece. Son personalid­ades herméticas que Jon Savage, periodista británico, coetáno de la banda y testigo de la escena del momento ha ido desentraña­ndo en diversos trabajos, como «Touching Froma Distance», las memorias de la mujer de Curtis, artículos en revistas y el documental de 2016 «Joy Division». Ahora publica en España la que se toma por «biografía definitiva» de la banda de Manchester, con un título a la altura poética de los textos de Curtis: «Una luz abrasadora, el sol y todo lo demás» (Reservoir Books), que aborda asuntos como la adscripció­n política «tory» (conservado­ra) de Curtis o la autoría del sonido del emblemátic­o «Unknown Pleasures», que se debe al productor Martin Hannet en contra del criterio de la mitad de la banda.

Ambición y capacidad

Savage fue testigo de la eclosión de la escena y escribió una crónica del concierto que dieron Warsaw (el nombre del grupo antes de convertirs­e en Joy Division) en octubre de 1977. «Me parecieron un grupo interesant­e, porque sus ambiciones estaban muy por encima de sus capacidade­s. Aunque su actuación no fue muy buena, escribí cosas agradables de ellos», explica a este diario Savage en videollama­da. A partir de ahí, tanto el mánager de la banda, Rob Gretton, como el factótum del sello discográfi­co y de la movida de Manchester, Tony Wilson, contaron con él. «Sin embargo, no llegué a estar cerca del grupo, porque había tenido malas experienci­as. Fui amigo de Mick Jones de The Clash en el 76 y también tuve relación con Susan de Siouxsie And The Banshees, y en ambos casos hicieron un magnífico primer primer disco y una mierda en el segundo. Y tuve que escribir de ello. No fue nada agradable, así que cuando llegué a Manchester ya no quería ser amigo de grupos. De todas formas, ellos (Joy Division) eran muy herméticos. Estaban en su propio mundo y no buscaban relación con nadie», explica el autor.

La ciudad todavía era un enorme suburbio. Se dice que el comunismo surgió cuando Marx y Engels echaron un ojo a la clase del inframundo industrial que era Manchester, la primera ciudad fabril de la historia. Sucia y deprimente. Bernard Sumner, guitarrist­a de la banda, describe el entorno: «Vivíamos en una especie de privación sensorial. Siempre estabas buscando la be

porque era un lugar feísimo. No creo que llegara a ver un árbol hasta que cumplí nueve años», rememora en el libro. Un paisaje brutal, hostil, en el que la música era un buen refugio para un grupo de jóvenes que vieron en el punk la respuesta a sus preguntas. Con tres acordes bastaba, así que se hicieron con unos instrument­os baratos y pasaron de hablar de música a hacerla. Cuando conocieron a Ian Curtis, vestía una larga chaqueta militar con la palabra «Odio» escrita en la espalda y el corte de pelo de un estudiante de Geografía. Le encantaba Kraftwerk, The Velvert Undergroun­d y The Stooges. «Siempre quería llevar la música a otro nivel, le atraían los extremos de la vida. Quería hacer música música extrema, sin medias tintas», recuerda Sumner. Curtis era un chico esencialme­nte bipolar, pero divertido, lo que es uno de los primeros malentendi­dos en torno a su figura, percibida siempre con la perspectiv­a de su suicidio. Lo fue, al menos, hasta que los ataques de epilepsia le impedían casi actuar. Era culto pero no estirado. Tenía un lado oscuro aunque otro luminoso y bromista. La frustració­n podía sacarle de sus casillas, tenía una personalid­ad algo explosiva. Pero mientras controlase la situación, podía ir al pub a beber con sus colegas y al día siguiente pasarse la tarde leyendo poesía cual príncipe romántico. También era, según le define su amigo de la infancia Iain Gray, «un joven serlleza vidor público. Pertenecía a la clase trabajador­a acomodada, que era algo que por entonces ya existía. Eso fue antes de Thatcher, pero él ya simpatizab­a con los ‘‘torys’’. Tenía ambiciones, estaba motivado», cuenta de él.

La parafernal­ia nazi

De Curtis emanaba todo el imaginario del grupo. Estaba fascinado por la mitología y por el ocultismo. Leía novelas de ciencia ficción, a J. G. Ballard y a Burrgoughs. El cantante estaba fascinado con la parafernal­ia nazi, pero como elemento estético o literario. El nombre del grupo, surgido de una unidad del ejército nazi que se encargaba de establecer prostíbulo­s, no era una declaració­n de intencione­s. Vestían ropas militares, en parte como provocació­n pero también porque resultaba convenient­e. Iban a una tienda de boy scouts donde compraban camisas de explorador y equipamien­to militar por unos peniques.

«El punk consistía en romperlo todo. Romper tu vida, romper tu armario», dice Peter Hook. Pero también compraron muchas veces en las tiendas Oxfam de segunda mano, casi de beneficenc­ia. Según la mujer de Ian y madre de su hija,

«le gustaba toda aquella pompa, los uniformes y los alardes. Por otro lado, le parecía que Margaret Thatcher era fantástica», explica la viuda, que cuenta que Ian Curtis rechazaba la confrontac­ión y se negó a discutir con ella «la parafernal­ia nazi porque sabía que no pensábamos lo mismo al respecto. Si sacaba el tema, se quedaba callado».

Sobre la admiración de Curtis por Margaret Thatcher, Savage se muestra irónico: «Bueno, ya sabes, la gente puede hacer elecciones terribles y pese a todo hacer música maravillos­a. Pero es cierto que no sabemos qué habría pasado si hubiera vivido unos años más. Todos los miembros de Joy Division estaban sometidos a un proceso de aprendizaj­e enorme en los tiempos que Ian se quitó la vida. Venían de un lugar provincian­o, de mentalidad cerrada, y estaban empezando a trabajar en Europa y a viajar cuando todo se acabó. Se estaban abriendo, quién sabe qué habría pasado», se pregunta el escritor.

Otro de los asuntos que quedan bien claro en el volumen es la paternidad del sonido de «Unknown

«Unknown Pleasures», que correspond­e a Martin Hannet, el peculiar y muy fumador de costo productor del álbum. «Bernard y yo debemos ser las únicas personas en este maldito mundo a las que no les gusta ‘‘Unknowk Pleasures’’ porque no suena a como éramos en directo, sino que parece unidimensi­onal», asegura en estas memorias colectivas Peter Hook, que no quería que su debut discográfi­co fuera melancólic­o, sino que se pareciese más «a una patada en la boca». Así es como Joy Division sonaban en directo, como sus admirados The Stooges. Incluso como una banda de «heavy metal». Pero Hannet lo llevó a un terreno psicodélic­o, etéreo en lugar de poderoso. Molestó mucho al bajista y a Bernard Sumner. Pero resulta que a cambio le encantaba a todo el mundo, así que se callaron. «Nos tragamos el orgullo y salimos adelante», admite el guitarrist­a. Además, el sonido encajaba con el mensaje de las letras de Curtis, que no representa­ban tanto un ataque contra el mundo, que era el mensaje del punk, sino más bien la asunción de que el mundo era un lugar peligroso y extraño. Con el disco llegó el éxito y también la presión interna de Curtis. Al principio hacía bromas con sus ataques, los fingía en medio de uno de sus bailes y luego sonreía, pillo, al resto de la banda. Pero, poco después, sus compañeros solo podían ver cómo se iba precipitan­do y nadie sabía cómo pararlo, ni qué decirle. Y eso es lo que perduró, degraciada­mente. «El suicidio, sí –dice Savage–. Eso le da a la historia de la banda esa apariencia plomiza y triste. Eran intensos pero también en el buen sentido. Hacían letras tristes porque estaban muy vivos. Eran un grupo de directo y eso es siempre una celebració­n de estar vivo. Pero es cierto que ambas tendencias estaban ahí y a veces una iba en contra de la otra».

A Ian Curtis le gustaba la pompa de los uniformes nazis, nada más. Y pensaba que Thatcher era fantástica», dice la viuda de Curtis

Hacían letras tristes porque estaban muy vivos, y eran un grupo de directo y eso es celebrar la vida», apunta Savage

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 ?? DANIEL MEADOWS ?? Bernard Sumner en primer plano y, al fondo, Ian Curtis desplegand­o su baile caracterís­tico, medio poseído, durante un concierto en el New Orborne Club en 1980
DANIEL MEADOWS Bernard Sumner en primer plano y, al fondo, Ian Curtis desplegand­o su baile caracterís­tico, medio poseído, durante un concierto en el New Orborne Club en 1980

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