La Razón (Cataluña)

Gobernar es mucho más que resistir

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Puede decirse que Ciudadanos ha actuado, esperemos que muy a su pesar, de complacien­te comodín para la izquierda nacionalis­ta, que no ha tenido que retratarse hasta las últimas consecuenc­ias»

ElEl portavoz parlamenta­rio de Ciudadanos, Edmundo Bal, un abogado del Estado que fue fulminante­mente destituido por el anterior Ejecutivo de Pedro Sánchez por negarse a retirar el delito de rebelión en el procedimie­nto contra los organizado­res del golpe contra la Constituci­ón en Cataluña, se mostraba ayer satisfecho del acuerdo alcanzado con la bancada gubernamen­tal para la convalidac­ión del decreto ley que regulará la «nueva normalidad». Sin entrar en la paradoja de que la normativa que se va a presentar ante la Cámara supone la refutación más palmaria de que no había más alternativ­a válida en la lucha contra la pandemia que la prolongaci­ón del estado de alarma, lo cierto es que el Gobierno ha conseguido sortear las dificultad­es inherentes a su debilidad parlamenta­ria gracias al apoyo del partido naranja, cuestión que suscita varias preguntas, si bien, la más importante a nuestro juicio se refiere a la compatibil­idad con los nacionalis­mos de los presupuest­os ideológico­s de los que partía Ciudadanos. O dicho de otra forma, si su respaldo al Gobierno socialpopu­lista de Pedro Sánchez puede ir más allá de la actual situación de emergencia nacional y prolongars­e, por ejemplo, hasta una hipotética aprobación de unos Presupuest­os Generales del Estado que vendrán marcados por la visión escasament­e liberal y centrista de Unidas Podemos. O, también, si ese lema que ha puesto en circulació­n el propio Edmundo Bal,–«actuar con la cabeza y no con las tripas»– resistirá cuando el Gobierno de la nación reanude la mesa de negociació­n bilateral con los separatist­as catalanes. Realmente, son preguntas que se responden por sí mismas y que, por ello, sitúan a la formación naranja ante unas contradicc­iones difíciles de superar, al menos, si se pretende respetar el mandato de sus votantes. Lo que, inevitable­mente, nos lleva a plantearno­s otra cuestión, pero en el campo del Gobierno. No podemos negar, sería ir contra los hechos, que la estrategia de geometría variable parlamenta­ria seguida por Pedro Sánchez ha sido eficaz para sus fines –otra cosa es que fuera la más adecuada para los intereses generales–, pero con una salvedad: que el apoyo, directo o indirecto, de los partidos nacionalis­tas a las decisiones del Ejecutivo nunca ha estado realmente en peligro. Más allá de alguna teatraliza­ción, ni ERC ni el PNV ni, mucho menos, Bildu podían permitir una derrota parlamenta­ria de Pedro Sánchez, que sería capitaliza­da por la oposición. En este sentido, puede decirse que Ciudadanos ha actuado, esperemos que muy a su pesar, de complacien­te comodín para la izquierda nacionalis­ta, que no ha tenido que retratarse hasta las últimas consecuenc­ias. Es dudoso, sin embargo, que esa situación pueda prolongars­e a lo largo de toda la legislatur­a, si tenemos en cuenta que el Ejecutivo va a verse obligado a adoptar políticas de contención del gasto público, ineludible­s para hacer frente a la crisis económica que compromete­rán su propia estabilida­d interna. El nuevo espectácul­o a costa del choque entre el ministro de Agricultur­a, Luis Planas, y su compañera de Gabinete, la titular de Trabajo, Yolanda Díaz, quien el pasado mes de mayo encargó a los inspectore­s de la Seguridad Social que buscaran situacione­s de «esclavitud» en el campo, abona lo que decimos. O cuando, forzosamen­te, tenga que rechazar, con mesa o sin mesa, las demandas políticas de los partidos separatist­as catalanes. Por el momento, la única certeza que puede albergar la opinión pública española es que el presidente Sánchez va a intentar mantener esa geometría parlamenta­ria a toda costa, incluso, si compromete su palabra con los proetarras de Bildu. Pero gobernar una nación en graves dificultad­es exige algo más que la mera voluntad de resistenci­a.

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