Sangre de reptil
Julián Achurra Egurola, alias «Pototo», ordenó y proporcionó el dinero y el material para el secuestro de José Antonio Ortega Lara. Fue responsable de que se le sometiera a una tortura insufrible durante 532 días encerrado en un zulo subterráneo de tres metros de largo por dos y medio de ancho y poco menos de dos metros de alto, en el que apenas podía dar tres pasos. «Pototo» cumple una condena de 30 años de prisión por este y los otros crímenes que conforman un sangriento historial. Ni se ha arrepentido ni ha colaborado con la Justicia ni se ha desvinculado de ETA. Pero al Ministerio del Interior le ha parecido conveniente su acercamiento al País Vasco junto a otros tres terroristas en lo que ya se ha convertido en una dinámica oprobiosa del Gobierno, que ultraja a las víctimas. Una dinámica, sí, que deviene de una estrategia de complicidad e intereses comunes de la izquierda, la ultra y la otra, con el inframundo de ETA que hoy representan los de siempre, los mismos a los que denominábamos el brazo político de la banda terrorista, los que brindaban y jaleaban cuando a un socialista le reventaban la cabeza con una bala o el cuerpo con una bomba, al igual que con el resto de españoles que entregaron su vida por la libertad de los demás, también de los que hoy pisotean su memoria en el altar de su ruin lucro político en el Congreso o en Navarra. La madre de Joseba Pagazaurtundua dejó impreso para la historia aquello de que los dirigentes del partido de su hijo harían cosas que helarían la sangre de la gente de bien. Lo cierto es que con Sánchez, Marlaska -el ex magistrado que no es que arrastre la toga por el polvo del camino, es que ya es polvo político- y compañía, la hipotermia es consustancial al cuerpo gubernamental, como los reptiles.