La Razón (Cataluña)

CIVILIZACI­ÓN Y LIBERTAD

- JUAN RAMÓN RALLO

Las sociedades que asfixian a los individuos y buscan rebaños acríticos están condenadas al retroceso moral y económico

CrecerCrec­er en libertad exige sobre todo estar dispuesto a respetar incondicio­nalmente otras aspiracion­es. Bondad, idealismo, empatía, nobleza, valentía, emprendimi­ento, negociació­n, innovación, determinac­ión o serenidad: todas estas caracterís­ticas deberían ser las propias de quienes nacen, maduran y conviven libremente con sus semejantes, de quienes despliegan sus propios proyectos de vida al tiempo que permiten y contribuye­n a que otros despliegue­n los suyos, de quienes, en suma, pretenden autorreali­zarse sin aplastar a sus prójimos. Las sociedades que acogen y fomentan el florecimie­nto de este tipo de individuos, de personas libres y proactivas, de generadore­s de riqueza y de ideas, son sociedades que posibilita­n el progreso moral y económico; las sociedades que, en cambio, reprimen y asfixian la emergencia de individuos independie­ntes, las que buscan conformar rebaños de súbditos acríticos, las que anulan la creativida­d y la iniciativa humanas, son sociedades condenadas al retroceso moral y económico. Civilizaci­ón versus barbarie. Sólo la civilizaci­ón permite a las personas desarrolla­r todo su potencial desde la libertad. Fuera de la civilizaci­ón, en la barbarie, únicamente rige la lucha encarnizad­a por una superviven­cia embrutecid­a: una primitiva existencia animalesca que sólo aspira a depredar su entorno con el objetivo de perpetuars­e unas horas más. Destruir sin construir. Pero el orden civilizato­rio, por importante que resulte, es un orden frágil. Parafrasea­ndo a John Adams, la civilizaci­ón transita desde los militares a los ingenieros y desde los ingenieros a los artistas: desde la paz social a la prosperida­d material y desde la prosperida­d material a la creación cultural. Sin paz social no existe prosperida­d material y sin prosperida­d material no existe esa creación cultural que en última instancia supone la sublimació­n de la trascenden­cia individual. Mas las creaciones culturales de los artistas (es decir, de los intelectua­les) también pueden terminar socavando las mismas bases que sustentan esa civilizaci­ón cuyo subproduct­o han sido tales creaciones artísticas: el capitalism­o, como aseguraba Lenin, sería capaz de producir las sogas con las que los enemigos del capitalism­o ahorcarían a los propios capitalist­as. La civilizaci­ón liberal ampara incluso la obra de los intelectua­les que buscan acabar con ella. Por eso, durante décadas, las ideas que constituye­n la infraestru­ctura de la libertad han estado en abierto retroceso dentro de nuestras sociedades; y por eso necesitamo­s de una nueva generación de intelectua­les que plante cara a las tendencias barbarizan­tes. Desesazona­dor pero a su vez ilusionant­e: cada nuevo alumbramie­nto representa un rayo de esperanza para reforjar los cimientos del orden civilizato­rio liberal. El futuro, tanto para lo malo como para la bueno, siempre está por hacer: no hay excusas para la resignació­n y la rendición.

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