SIGAN USTEDES ATENTOS A SUS PANTALLAS
LaLa editorial Liliputienses –la mejor plataforma existente para descubrir la nueva poesía latinoamericana– acaba de publicar uno de los últimos trabajos del poeta chileno Emersson Pérez (1982): «La muerte de la televisión no será televisada». Cada uno de los textos que integran esta colección se halla redactado con la cadencia de mirada con la que cualquier espectador observa una pantalla de televisión: el tiempo de la mente absorta, una metralla hipnótica en la que las palabras y las imágenes se yuxtaponen sin cesura alguna, fuera de contexto, quebrando la realidad para convertirla en un poliedro infinito en el que ninguna de sus pequeñas caras parece mantener relación con las otras. Pero, en este estado de merma de la voluntad, Emersson Pérez lanza un fino hilo de conciencia que va cosiendo, sin estridencias, territorios y despojos de la realidad. Su narrador no es un mero espectador con la mirada clavada en la pantalla, y sabedor de que, a través de su mando, puede reanudar e interrumpir el expolio emocional del simulacro. La realidad televisada –nos avisa Pérez– ya se ha hecho innegociable y omnibarcadora: llega hasta nuestra biografía, dota de coherencia a los flecos de la memoria, construye la intimidad y anticipa los pensamientos.
La televisión es la única ideología existente. Lo político se ha televisado para mal: «Cien mujeres se desnudan contra la violencia,/ protestan frente al palacio presidencial/ llevan pancartas con símbolos desconocidos/ y van encapuchadas como terroristas,/ alcanzamos a grabar estos alaridos rítmicos». La ética se transforma de inmediato en estética, y la política se ahoga en su propia imagen. ¿Qué nos queda? La descripción consciente de este simulacro, doblarlo para, por medio de su repetición, poner de manifiesto su carácter excesivo, y convertir así su naturalidad en una pose obscena.