LA BESTIA QUE CON UN ARIA LLORABA
Reyes Monforte analiza en esta admirable obra el horror nazi a través de la brutal Maria Mandel
PudiéramosPudiéramos pensar que se ha escrito todo sobre el Holocausto pero estaríamos equivocados. «En las primeras décadas después de la guerra, el terror antisemita quedó subsumido bajo la destrucción general sembrada por los nazis y, Auschwitz, era uno de los lugares de sufrimiento entre tantos más», escribía Wachsmann en «KL. Historia de los campos de concentración». En cambio, el Tercer Reich se observa hoy, en buena medida, a través del Holocausto. El éxito llegó con retraso, pero para quedarse: Primo Levi, Elie Wiesel o el emblemático «Diario de Ana Frank».
Encuentro con «La bestia»
Desde entonces, el ritmo no ha frenado: testimonios, novelas, ensayos, análisis psicológicos y sociopolíticos y películas. Ahora, que se cumple en 75 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, Reyes Monforte nos ofrece en un admirable relato que nos habla del valor de la memoria y la palabra como linimento contra el horror. El diorama central está perfectamente servido y la geometría del plano excelentemente confeccionada. El vehículo de la mirada es Ella –el único personaje de ficción que convive con seres reales como Himmler, Höss, el doctor Münch, Irma Grese, Ana Frank...–, una joven judía francesa que consigue «ciertos» beneficios en el «albero» del terror del campo gracias a su excelente caligrafía y su don para las lenguas.
Frente a ella, y en contraposición, conocemos al verdadero monstruo: la oficial de las SS Maria Mandel, apodada «la bestia» y convertida en jefa del campo de mujeres de Birkenau. Su personalidad psicopática era capaz de emocionarse con un aria interpretada por la Orquesta de Mujeres de Auschwitz –que ella creó y que la sobrina de Mahler, Alma Rosé, dirigió durante un tiempo–y después matar a golpes a una prisionera por mirarla a los ojos, tener presas adiestradas como a perros o reventar contra las paredes a los recién nacidos.
La voz de Ella supone un grito ahogado que se pierde en la lejanía mientras recopila nombres de fallecidos, fotografías sustraídas de la incautación de los presos en el barracón donde trabaja; retazos de sueños que anota en los pocos papeles de los que dispone. No todo ha de ser ruina y vacío; la palabra lo es todo, lo embellece todo, es testimonio de todo, y nos redime del olvido.
Un arsenal de postales que heredará su hija en los años ochenta y que le harán comprender la sinrazón del dolor. Las últimas palabras de Gisella Perl, la ginecóloga que ayudaba a abortar a las presas, fueron: «No dejéis de contar la historia de Auschwitz, porque es la historia de la humanidad». Eso hace de forma magistral Monforte, en cuya prosa asoma la molécula dolorosa de quienes han padecido demasiado, e impelida por una cólera que no lo es de forma exacta, sino furor por tanta crueldad, por tanta sin razón, por tanto ser convencido de ser un dios irremediable, su fiereza alcanza, en ocasiones, un grado evangélico.