La Razón (Cataluña)

Rosa María Sardá, aquella niña triste que quería ser teatro

- CARLOS SALA

Son muchas las grandes actrices de este país, y aun así solo existiría una Sardá. Son muchas las voces cómicas que nos han hecho reír con un deje de inteligenc­ia, con ese regusto amargo justo que dota a la risa de una gran carga de profundida­d, pero nadie lo hacía como ella. Su figura era tan grande, su talento tan versátil, su carisma tan expansivo que su nombre parecía eso, Sardá, una exclamació­n, un imperativo vital. Ayer fallecía a los 78 años después de no superar el cáncer que padecía, y la noticia dio ganas a todo el que la conoció de volver a gritar su nombre bien alto, como no podía ser de otra manera, pues era una forma de invocarla, ¡Hasta siempre, Sardá! Mucho se habló ayer de su paso por televisión, de sus programas cómicos, de sus galas de los Goya, de sus películas, sus premios, sus libros, pero se disfrutaba sobre todo en las distancias cortas, en el teatro. Fue allí donde su apellido se vistió de largo, donde esa exclamació­n que siempre fue cobraba mil formas distintas, todas únicas, todas mágicas, y donde era capaz de emocionar hasta las lágrimas. Siempre nos quedarán sus películas, por supuesto, siempre podremos rescatar sus programas de televisión, pero nunca la veremos de nuevo en un escenario, a dos metros de distancia, y disfrutare­mos, casi con vergüenza, de ese secreto dulce, esa complicida­d que se establece siempre entre los grandes actores y su público. Siempre quiso ser actriz, desde pequeña, y actriz de teatro, además. En su casa, que se dedicara al mundo de la interpreta­ción era visto como una locura. Una más, quizá de esta niña.Y es que su madre prefería que se vistiese con lazos e interpreta­se el papel de niña perfecta. Ella, sin embargo, no quiso contentars­e con un único papel. Ambiciosa, los quiso todos: los cómicos, los trágicos, los largos, los cortos, los ligeros y los profundos. No es que quisiese ser intérprete, es que quería ser teatro. Y se salió con la suya, a pesar de reconocer que siempre fue una niña triste. Porque le costó que la tomaran por la gran actriz que era. Lo consiguió, sí, pero siempre quedó ese desamparo. Aunque si algo caracteriz­aba a la Sardá era la determinac­ión, voluntad y amor que ponía por defender aquello que creía importante. Su presencia acabó por ser tan fuerte que a veces hasta costaba mirarla directamen­te, como si fuese un sol cegador. Gran actriz cómica, decían que su humor era inteligent­e. Sin embargo, cuando no lo era, te reías aún más. Un humor ávido, irónico, tan de ella, que nos quedará siempre. Para siempre, Sardá.

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EFE La actriz catalana Rosa María Sardá fallecía ayer a los 78 años

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