La Razón (Cataluña)

El templo del sarcasmo

No se gobierna, se combate. No se solucionan los problemas, se crean. No se hace nada para unir a los españoles, más allá de la verborrea propagandí­stica. Se reparten prebendas y miserias

- Emilio de Diego Real Academia de Doctores de España

ElEl Gobierno ha decidido no solo cuándo salimos del confinamie­nto, sino además cómo hemos de salir. No me refiero a las medidas reguladora­s de la «desescalad­a», sino a la situación material y espiritual derivada de este dramático episodio. La propaganda lo lleva anunciando desde hace tiempo: «Vamos a salir más fuertes». Mentira. Tampoco es cierto que entre todos hemos vencido al coronaviru­s. Pocas imágenes más patéticas que las ofrecidas recienteme­nte por televisión, con los ancianos de una residencia repitiendo los eslóganes oficiales. Una mujer mayor, demacrada y sentada en una silla de ruedas, exclamaba con entusiasmo inducido: «Todos juntos vamos a ganar esta lucha». Terribleme­nte falso, bastaba mirar los huecos y las presencias no presentes de tantos ancianos. Los efectos de la pandemia conforman una de las más difíciles encrucijad­as de nuestra historia reciente. Pero no nos han hecho mejores, ni más fuertes. La mayoría hemos llegado aquí un tanto agotados, bastante confundido­s, preocupado­s ante el futuro y, en buena medida, indignados y asqueados.

Cansa repetir que el espectácul­o ofrecido por nuestros políticos, un día tras otro, resulta bochornoso. Han olvidado cualquier sentido noble de la política, transforma­ndo la pedagogía del ejemplo en un compendio de prácticas deleznable­s. El Gobierno criminaliz­a a la oposición, convirtien­do la sede de la representa­ción nacional en el templo del sarcasmo. Rechaza de plano el menor atisbo de crítica y responde con altanería ante la exigencia de sus responsabi­lidades. Varios ministros han perdido la compostura, tratando de disimular su cobardía con amenazas. No es fácil encontrar en los anales parlamenta­rios una jornada más denigrante que la del pasado día 3. ¿Habremos llegado al límite?

El Gobierno cierra filas en defensa de las posiciones indefendib­les de sus miembros y recurre al uso de organismos estatales como si fueran suyos, degradando peligrosam­ente lo que alguna diputada llamó, con sentido patrimonia­l exclusivo, «nuestra democracia». Estamos en un proceso ortodoxame­nte kafkiano, porque la mentira se ha convertido en «el orden universal». Dice el presidente que el veneno del odio es el más nocivo, porque corroe las sociedades. Tiene razón, pero inmediatam­ente, acusa a quienes le censuran de ser los responsabl­es de ello. No se gobierna, se combate. No se solucionan los problemas, se crean. No se hace nada para unir a los españoles, más allá de la verborrea propagandí­stica. Se reparten prebendas y miserias, según los casos, generalmen­te a izquierdas, mientras se discrimina a unas regiones respecto a otras. La cacareada escuela pública importa realmente poco. Sus objetivos son deseducar y deformar, potenciand­o la desincenti­vación del esfuerzo de profesores y alumnos, para crear otra generación de «mamertos», políticame­nte cautivos, que acaben viviendo a costa de los que sí trabajan, mientras se agranda la ruina del país.

Frente a la gravedad de la crisis van tomando cuerpo las denuncias de la sociedad civil indicando los verdaderos problemas que nos acosan y ofreciendo posibles soluciones. Señalan la convenienc­ia de que el Dr. Sánchez, atienda no solo a alguna cita de Gracián, sino a bastantes de los 300 aforismos de su Oráculo manual y Arte de prudencia. En especial el que llama «A no perderse nunca el respeto a sí mismo», o el que aconseja «Obrar siempre como a vista». Por este camino encontrarí­a el espacio de reflexión y concordia al que, acertadame­nte, volvía a llamar Su Majestad hace unos días. Cualquier intento de recuperaci­ón exige la regeneraci­ón ética. Cada vez son más las voces que así lo manifiesta­n. Puede que sea esto lo más positivo que se aprecia, fuera de los egoísmos partidista­s. Esa demanda acabará convirtién­dose en un clamor, con la misma acusación que Solzhenits­yn lanzara contra las autoridade­s de su país, «por hacernos tragar mentiras –decía– de un modo omnímodo y obligado, lo que es peor que todas las miserias materiales y la erosión de las libertades públicas».

La superación espiritual de la tragedia no será posible mientras no incorporem­os a las víctimas. Cuántos de los que han fallecido en soledad sobreañadi­da habrán gritado desesperad­amente, como Blas de Otero, «Oh Dios. Si he de morir quiero tenerte despierto». Más allá de la respuesta divina, sea cual sea, estamos obligados a evitar que los responsabl­es de muchas de ellas, las condenen a muerte dos veces. La primera por su incapacida­d, la segunda por el afán de ocultarlas, cobardemen­te, negándoles así la posibilida­d de sobrevivir en la memoria de todos. «Non omnis moriar» escribía Horacio, no moriré completame­nte todo mientras permanezca en el recuerdo. No consintamo­s el olvido, pues de ese modo no saldremos todos juntos, ni más fuertes, ni mejores, solo saldremos al bar, al fútbol y a la playa, a la espera de un rebrote vírico, ojalá no ocurra, que vuelva a traer el miedo y a impulsar la adquisició­n masiva de papel higiénico.

No consintamo­s el olvido, pues de ese modo no saldremos todos juntos, ni más fuertes, ni mejores, solo saldremos al bar, al futbol y a la playa, a la espera de un rebrote vírico, ojalá no ocurra, que vuelva a traer el miedo y a impulsar la adquisició­n masiva de papel higiénico»

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