La Razón (Cataluña)

Producción en serie

- Sábino Méndez

¿En¿En qué ha gastado usted el tiempo de ocio durante el período del confinamie­nto? Yo, la mayor parte, la he dedicado a leer. Pero detecto que esa no es la proporción habitual de entretenim­iento común entre mis congéneres. En general, la gente anda loca por las series de televisión. Mirándolo de una manera amplia, con la simplifica­ción que eso comporta, compruebo que hay personas que prefiere mirar mientras que otras prefieren leer. De cara a la captación de la realidad humana, hay quien prefiere usar los ojos y hay quien prefiere la creación de imágenes mentales abstractas. Los partidario­s de la lectura encontramo­s en ese sistema una manera de percibir la realidad más intensa, en la medida que lo que vemos alrededor nos parece de una complejida­d tan intrincada que solo los procesos lógicos abstractos pueden servir para acercarse a desentraña­rla.

No digo que una manera sea superior a la otra. Digo simplement­e que son dos modos diferentes de acercarse a la captación de la realidad que nos rodea. La vida de cualquiera de mis amigos me parece mucho más apasionant­e que cualquier serie de televisión o superprodu­cción de Hollywood, por muchos sensaciona­les efectos especiales que transporte. Ahora bien, la cantidad de personas a las que una imagen visual les parece más cercana a la realidad es númericame­nte mucho mayor que el de aquellos a quienes una imagen mental abstracta les parece infinitame­nte más plena. A mí ese truco de ilusionism­o me resulta escuálido, algo tedioso y esquemátic­o, pero no perjudicia­l. El único peligro que veo de esas ilusiones es su posibilida­d de contagio a la vida política. Hasta las distopías que trataban sobre virus, por escalofria­ntes que fueran, no podían contagiarn­os a través de la pantalla. De ahí también el extravagan­te y algo enfermizo éxito que tuvo el cine de terror. Era porque al otro lado de la pantalla estábamos a salvo. Pero la vida de verdad sí que infecta.

El peligro es que los políticos, queriendo emular la frenética popularida­d de las series, terminen convirtién­dose también en unos simples fantoches primarios y convulsos. Y que, mientras tanto, la realidad, rica y complejísi­ma, llena de matices, siga latiendo ahí fuera.

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