Montanelli lo vio venir
Esta bárbara campaña de revisión histórica de la estatuaria pública tiene algo positivo: la visión infantilizada que estos iconoclastas tienen de la vida y del pasar de la humanidad por este mundo no debería preocuparnos. Es la expresión del «star system» obsesionado por la estetización de la política. Y la estética no mata a nadie, aunque el buen gusto te puede revolver las tripas. Creen que todo debería suceder como les gustaría que fuese, desconocimiento que algunos prolongan hasta que se tintan de blanco las canas, y lo expresan con el primitivo método de lanzar una bote de pintura roja. Que lo hagan en el busto erigido en Milán en memoria del periodista Indro Montanelli tiene un interés suplementario: él, como Churchill, lo habían visto venir hace tiempo. Uno, porque ganó una guerra sin perder la costumbre de tomar whisky, despreciando el destilado soviético de cáscara de patata. Otro, porque contrajo matrimonio con una niña de 12 años mientras luchaba en la guerra de Etiopía, algo que era costumbre, hasta que Mussolini prohibió esta práctica tan respetuosa con la tradición musulmana. Cómo se le ocurre al joven Montanelli, con 26 años, ir a la guerra. Luego lo contó en una entrevista televisiva en 1969, creyendo que tras el 68 todo era libertad, y, lo que tiene la venganza, se la han servido tan fría, que está podrida. Dice un portavoz de los antiracistas, un antifa: «Que pongan a alguien más digno de representar la historia y la memoria de la ciudad». Pero no se le ocurre ni uno. ¿Mussolini? Recordando su paso por la resistencia, escribió Montanelli en «Memoria de un periodista»: «Si alguna vez me había forjado la ilusión de que el final del fascismo significase también el de los peores males de Italia, en aquellos meses comprendí que una vez más me había equivocado».