La Razón (Cataluña)

CUANDO SE OYEN LOS PÁJAROS

LOS GRITOS DE MANDO DE RAMOS FUERON EL RUIDO EN EL ALFREDO DI STÉFANO

- J. AGUADO - MADRID

UnaUna gran pancarta en uno de los lados del Alfredo di Stéfano mandaba en el partido contra el Eibar. «En nuestros corazones», decía con fondo blanco y un lazo negro y triste como triste ha sido todo lo que ha pasado hasta llegar aquí, en el primer paso de la desescalad­a del Real Madrid, que con todo lo que representa, significa el primer paso importante de la desescalad­a de toda España.

Era raro, era silencioso. Vivimos engañando al silencio, con la música en el coche, con los cascos al correr, con las piruetas virtuales en los partidos de televisión o con la música incesante antes de los partidos. Como si quisiéramo­s distraerno­s, no centrarnos, no darnos un respiro por si acaso lo que encontramo­s nos asusta. Se calló la música del pequeño Di Stéfano y empezó el fútbol sin artificios, algo desapasion­ado y frío.

Pero de cerca, también más sincero, oyendo a los futbolista­s: la voz jerárquica de Casemiro y los gritos de Sergio Ramos: «No hay prisa, no hay prisa». «Más rápido Carva», le decía el capitán a Carvajal. Habla y silba, sin descanso, Ramos. Enseguida se descubre quien manda en cada equipo. El silencio es el algodón, no engaña.

Los goles, mientras, se celebran con tímidos aplausos de los suplentes y, al principio, tímidos abrazos.

Se oye a los cronistas de la radio y da la impresión de que en algún momento va a haber eco. Se llega a confundir los pensamient­os, la incansable voz interior, con la del locutor. Cuando se anuncia el VAR y las normas que lo rigen sólo responden el silencio y los periodista­s tecleando. Ni una pitada, ni una queja. Se echan de menos las quejas.

Después, las alineacion­es del rival, del Eibar, primero y entre jugador y jugador, nada, el vacío, el ruido de los aspersores.

Y cuando a la narración del once del Real Madrid, del equipo de casa, se le pone más emoción y música de fondo, no hay una voz unánime y algo ronca, como es la de la multitud para responder y jalear a los suyos.

Los jugadores suplentes se sientan en la grada, en una zona acordonada, pero no muy lejos de los periodista­s, con sus mascarilla­s.

Es paradójico que haya un minuto de silencio en el silencio. Y emocionant­e.

Es un fútbol al que hay que llegar con cita, a la hora establecid­a para entrar por turnos, en orden y donde organizarl­o, al menos el primer día, da más trabajo que un Madrid-Barcelona con 80.000 personas en las gradas.

Hay que ir poco a poco, que las prisas son de la antigua normalidad. Te citan, te dan tu pack higiénico, con las mascarilla­s, los guantes, el gel. Esperan a que tu pequeño grupo esté ya reunido para pasar al siguiente paso: la toma de temperatur­a. Después, te conducen a tu sitio, lejos de los demás.

Empieza el partido. Nunca se ha dejado de oír a los pájaros.

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