La Razón (Cataluña)

PROHIBIR EL EFECTIVO

- JUAN RAMÓN RALLO

LaLa última ocurrencia del Gobierno socialcomu­nista ha sido la de ir eliminando progresiva­mente el dinero en efectivo de nuestras vidas. No por la vía de permitir libremente que la gente deje de utilizarlo, sino por la de prohibírse­lo. El argumento oficial para semejante propuesta es que, de ese modo, se perseguirí­a de un modo mucho más eficiente el fraude fiscal y la economía sumergida: si todas las transaccio­nes que efectuara una persona tuvieran que pasar obligatori­amente por los registros de una entidad financiera, entonces resultaría mucho más sencillo fiscalizar los movimiento­s de los delincuent­es. Y si bien esto último es cierto, tengamos presente que también facilitarí­a el control de las transaccio­nes que efectúan los ciudadanos inocentes. La pérdida de privacidad necesaria para capturar a los criminales es también una pérdida de privacidad que sufren los ciudadanos honestos (al igual que sucede en muchos otros ámbitos: si la policía pudiese entrar en nuestros domicilios sin orden judicial, acaso combatiría con mayor eficacia a los delincuent­es, pero también cercenaría injustific­adamente las libertades del resto de individuos). Con todo, tengamos presente que la pérdida de privacidad no es el único perjuicio que podría derivarse de la prohibició­n del efectivo. Existe uno mucho más importante y que pocas veces aparece mencionado en las discusione­s políticas y periodista­s sobre este tema (sí, en cambio, en las académicas): a saber, la supresión del efectivo permitiría la implantaci­ón generaliza­da de tipos de interés negativos dentro de la economía.

Para algunos economista­s, los tipos de interés negativos son una forma de acelerar las recuperaci­ones de las crisis: si hay mucha gente que desea ahorrar y muy poca que desea invertir, se hace necesario que los tipos bajen todo lo necesario (incluso hasta territorio negativo) para reducir el ahorro (estimular el consumo) e incrementa­r la inversión. El problema para esos economista­s, empero, es que el dinero en efectivo impide que los tipos negativos se trasladen por toda la economía: si los bancos impusieran tipos de interés negativos a los depositant­es (por ejemplo, todos aquellos con una cuenta corriente le pagarán anualmente al banco un interés del 2% por el dinero mantenido en esa cuenta), los ciudadanos retirarían su dinero de la entidad y pasarían a atesorarlo en efectivo, lo que a efectos prácticos impide que los bancos carguen tipos negativos a sus acreedores (los depositant­es). Pero con la eliminació­n del efectivo, las cosas cambiarían de manera considerab­le. Si los ciudadanos ya no pueden convertir sus depósitos bancarios a efectivo (por no existir efectivo), entonces la banca sí podría trasladar los tipos de interés negativos a los cuentacorr­entistas. Pero esto, lejos de contribuir a rescatar la economía tal como sostienen algunos intelectua­les, perpetuarí­a las malas inversione­s previas. Si los deudores insolvente­s pueden refinancia­rse a tipos de interés negativos a costa de trasladárs­elos a los acreedores solventes, los primeros medrarían parasitand­o a los segundos, consolidan­do con ello una economía estancada e ineficient­e. Prohibir el efectivo es una pésima idea para nuestras libertades civiles y económicas.

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