ADICTO AL JUEGO LIMPIO

Cuando recibí con emoción la noticia de que Carlos Sainz había sido reconocido con el Princesa de Asturias, revisé una entrevista que le hice aquí. Recordaba su respuesta al preguntarle por ese premio que no llegaba. «A cualquier deportista le haría ilusión y más siendo español –me dijo–. Pero si no llega tampoco me va a suponer un trauma, porque el mayor premio es el reconocimiento de mis amigos, de la gente… su alegría y el cariño que siempre me han demostrado». Pues al final, llegó. Y se suma a ese afecto del que hablaba el bicampeón del mundo de rallys y a la cantidad de galardones que lleva recogiendo a lo largo de su carrera que, doy fe, no le caben en una sola habitación.

Nada es producto de la casualidad. Carlos es un hombre de tesón, esfuerzo y disciplina, además de un adicto a la competitividad y al juego limpio. Valores que ha trasladado a su vida diaria desde que, siendo casi un niño, se sentó por primera vez tras un volante. Por entonces ya conocía a «la jefa», que es como llama a Reyes, su mujer, y ya parecía que lo tenían todo: eran jóvenes, guapos y se querían y apoyaban tanto como para propiciar que sus sueños se hicieran realidad. Supongo que no imaginaban que lo lograrían tanto. Juntos consiguieron ir celebrando éxitos profesionales, pero también formar una familia extraordinaria, ejemplo para todos cuantos tenemos la suerte de conocerla. Siempre entendí que el Princesa de Asturias del Deporte premiaba no sólo las victorias sino también la manera de obtenerlas y hasta la de ser y de vivir. Por eso siempre tuve claro también que nadie lo merecía tanto como Carlos Sainz. ¡Enhorabuena, campeón!