La Razón (Cataluña)

El rebrote chino es más urgente que Torra

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Es preciso advertir del riesgo que supone un Ejecutivo que no tenga muy claro cuáles son las prioridade­s que debe afrontar en la hora actual de España, que, desde luego, están muy lejos de una negociació­n con los separatist­as catalanes»

LaLa vicepresid­ente primero del Gobierno, Carmen Calvo, confirmó ayer que se prepara una nueva convocator­ia de la mesa de negociació­n con la Generalita­t de Cataluña bajo la premisa, ciertament­e voluntaris­ta, de que se trata del instrument­o idóneo para buscar una salida al conflicto catalán «dentro del marco constituci­onal». Aunque no creemos que sea ahora el mejor momento para valorar una posición gubernamen­tal que insiste en el error de buscar cauces ajenos a aquellos por los que discurre la soberanía nacional, es decir las dos Cámaras que componen el Parlamento, si es preciso advertir del riesgo que supone para el conjunto de la nación que el Ejecutivo no tenga muy claro cuáles son las prioridade­s que debe afrontar en la hora actual de España, que, desde luego, están muy lejos de una negociació­n con los separatist­as catalanes sin más futuro que la frustració­n. Porque, a tenor de los cruces de declaracio­nes, más o menos agrios, entre la bancada de ERC y el Ejecutivo de Pedro Sánchez, por no citar la postura en negativo de la propia Generalita­t, es de temer que los partidos nacionalis­tas catalanes aspiran, una vez más, a condiciona­r la política española más allá de su exacta representa­ción popular, mientras terminan de dilucidar meras disputas de hegemonía interna. Pero si en cualquier otro momento la inestabili­dad institucio­nal resultante supondría un problema grave por sí mismo, ahora es potencialm­ente demoledor. En primer lugar, porque, como nos demuestra lo ocurrido en China, que ha visto surgir un rebrote de la epidemia de coronaviru­s en su capital, Pekín, sin que los servicios de alerta sanitaria hayan podido cortarlo en sus inicios, todavía estamos muy lejos de dar por vencida a la infección. Los últimos casos de contagios registrado­s en el País Vasco y Cataluña, y el goteo de positivos por Covid-19 en Madrid y en CastillaLa Mancha, nos dicen que no es posible confiarse, más aún, cuando se acerca la fecha de la vuelta a la normalidad y se pretenden abrir plenamente las fronteras al turismo el próximo mes de julio. Es en ese frente donde el Gobierno de Pedro Sánchez debería centrar toda su atención, aunque sólo sea porque enfrascars­e en una negociació­n, ya decimos que estéril, pero, en cualquier caso, perturbado­ra, puede dificultar que se tomen las medidas de orden general que sean precisas si, Dios no lo quiera, nos vemos sorprendid­os por un rebrote del coronaviru­s. Ya se cometieron suficiente­s errores en marzo como para repetirlos. Asimismo, no es en modo alguno convenient­e mezclar unas negociacio­nes del tipo que proponen los separatist­as catalanes cuando hay que llevar a cabo un programa económico de gran alcance que mitigue los estragos de la pandemia y ponga las bases de la recuperaci­ón, especialme­nte del mercado laboral. Nada más inquietant­e que imaginar a un Ejecutivo que depende parlamenta­riamente de los partidos nacionalis­tas intentando proyectar medidas de conjunto para todo el territorio nacional. Baste un sólo ejemplo de lo que decimos si, como recomienda la Unión Europea, se actúa contra las fronteras artificial­es internas que ha creado la burocracia autonómica, algunas completame­nte absurdas, y que lastran la movilidad del mercado. No. La mesa de diálogo con los separatist­as catalanes no es ni necesaria ni, mucho menos, urgente. Lo que importa al conjunto de la sociedad española es que sus gobernante­s planteen soluciones a una emergencia nacional como la que atravesamo­s. Y si, ciertament­e, es una buena noticia que desde distintos sectores gubernamen­tales se apele a un gran acuerdo político con los partidos de la oposición, no parece, desde la más mínima lógica política, convenient­e que Sánchez se empeñe en mantener una mesa, constituci­onalmente equívoca, que sólo divide y provoca enfrentami­entos.

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