La casa vacía
El Calderón ha sido, es y será la casa de los colchoneros. Como bien atisbó Sabina, el estadio de la Ribera del Manzanares es el hogar en el que se han forjado gran parte de las leyendas atléticas. Si hay una épica e incluso una mística del sentimiento de esta cofradía futbolera, tiene sus cimientos en lo que fue un campo setentero, que llegó a tener aluminosis y que ha sido el escenario de la gloria y del sufrimiento indio. Fueron los 70, la época de máximo esplendor del Atleti, con aquellos Luis Pereira, Leivinha, Ayala o Panadero Díaz, que dejaron para la memoria el sobrenombre de guerra y toda la legión desatada de aficionados a los que les late el corazón rojiblanco. Imaginario que enlaza con la Puerta de Toledo, los aledaños del Rastro, el profético Paseo de los Melancólicos y un Madrid que se desperezaba del blanco y negro en el Nuevo Estadio. En el Calderón se ha llorado, se han dado abrazos de los que no se olvida nadie y se ha vivido en un infierno del que se salió con gloria tras dos años en Segunda. Ha habido dos velatorios multitudinarios del propio titular y de Jesús Gil, y siempre añoramos a Luis Aragonés. Pasarán las décadas, muchos admirarán el espectáculo de luz y color del Wanda Metropolitano, pero entre jirones de memoria e intensa recreación de quien fuera el Pupas, seguimos sin poder pasar cerca del Vicente Calderón. ¡Yo me voy al Manzanares…! Nuestra casa vacía.