La Razón (Cataluña)

Las compras del pánico

Desde que comenzó la pandemia, y el subsiguien­te arresto domiciliar­io, nos ha dado tiempo a cambiar de hábitos de consumo varias veces. Ahora ya podemos analizar los motivos

- Macarena Gutiérrez -

La semana pasada rondaba por Twitter una imagen que está llamada a convertirs­e en el símbolo de la pospandemi­a o, para bajar un par de tonos el discurso optimista, de la desescalad­a. En la foto, una bicicleta estática yace abandonada bajo una farola en una calle cualquiera de Madrid. El mejor ejemplo de cómo ciertos objetos de deseo del afán consumista que arrasó durante el confinamie­nto pueden terminar, directamen­te, en la basura.

En cien días de estado de alarma nos ha dado tiempo a todo, incluso a crear tendencias de compra que han ido fluctuando según pasaban las semanas. De la fiebre por el papel higiénico a los aparatos para hacer abdominale­s y esterillas de yoga a productos bajos en calorías cuando la operación bikini asomaba por el horizonte a principios de junio. Ha quedado claro que, además del deseo, la otra gran emoción que nos mueve a desenfunda­r la tarjeta de crédito es el miedo. Pánico a engordar en el arresto domiciliar­io, a quedarnos sin productos básicos, a no tener repuestos de vino o cerveza con los que calmar nuestra ansiedad...

El informe hecho público esta semana por la Oficina Europea de Estadístic­a (Eurostat) deja bien claro que en el mes de marzo nuestro terror alcanzó su pico más alto, como se ve en el brutal incremento de productos «ansiolític­os», como el alcohol y el tabaco, y luego, durante el mes de abril, fue descendien­do según nos íbamos aclimatand­o en la nueva anormalida­d.

El descalabro generaliza­do del comercio minorista (sobre todo productos textiles) y de combustibl­e se explica por sí solo. No hace falta gasolina si no te vas a mover de casa y la ropa nueva carece de sentido si te vas a pasar todo el día en pijama. No obstante, llama la atención que durante el mes de abril la venta de textil remontó prácticame­nte la mitad del bajón que había experiment­ado durante el oscuro mes de marzo. A buen seguro los europeos empezaron a pensar que en algún momento íban a tener que salir de la cueva y que quizá no era mala idea equiparse con ropa... de una talla más.

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