MEMORIA PARA LLENAR LAS SILLAS VACÍAS
El Gobierno ha decretado el final del estado de alarma, que asemejamos con equívoco al epílogo de la pandemia. Que la oficialidad nos devuelva la cotidianidad arrebatada nos descomprime y destensa como sociedad. Acción y reacción. Estamos ávidos de sentir y vivir como antes. Pero cuesta encajar las piezas con la seguridad de que pisamos y respiramos en tierra firme. Y nos cuesta porque las pérdidas pesan como una losa que nos ancla a un tiempo de dolor, de héroes anónimos e inesperados, de ilusiones extraviadas, de cariño robado, de vidas rotas y lágrimas negras. En los ruidos sordos que la muerte deja a su paso mientras galopa entre nosotros, y nos lega un campo yermo de aire enlutado, el agradecimiento y la fidelidad a los que no están, a los que lo entregaron todo para que pudiéramos seguir adelante, nos conmina a guardar memoria de todos ellos. ¡Y hay tantos! Nombres y apellidos que se agolpan en una taxonomía evanescente y cifrada por intereses mezquinos contra los que es una obligación rebelarse. Hemos contraído una deuda impagable con esos miles de nuestros mayores, que fueron y son lo mejor de la sociedad, y cuyo legado somos cada uno de nosotros, y con otros muchos de cualquier generación que perdieron un duelo que no podían ganar, también con el personal sanitario, que peleó en una trinchera con la muerte hasta las rodillas y la congoja presa en el alma. Es esta una ronda de noche, la de coronavirus, con tantos figurantes, todos centrales, que el lienzo escapa a la vista. Militares, fuerzas de seguridad, camioneros, distribución, logística... Integran un memorial de honor del que la democracia española está obligada a enorgullecerse. Que la nueva normalidad no los relegue al confinamiento de la desmemoria y que las más de 40.000 sillas vacías ocupen el palco de honor de nuestros recuerdos para la posteridad.